Dibujo con letras blancas

Descripción generada automáticamente con confianza media

Artículos

Aproximaciones a la experiencia del Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez (1991-2006).
/
Approximations to the Experience of the Manuel Rodríguez Patriotic Movement (1991-2006).

Dra. Javiera Velásquez Meza
Universidad de Santiago de Chile
javiera.velasquez@usach.cl
https://orcid.org/0000-0002-7436-7943

Recibido el 6 de noviembre del 2025     Aceptado el 2 de mayo del 2025

Páginas 34-60

https://doi.org/10.58210/nhyg678

Financiamiento: Se financió con recursos propios.

Conflictos de interés: Los autores declaran no presentar conflicto de interés.

Licencia Creative Commons Atributtion Nom-Comercial 4.0 Unported (CC BY-NC 4.0) Licencia Internacional

Creative Commons License

Este artículo forma parte de la tesis doctoral de la autora titulada “‘Como la sombra de la memoria viva’: formación, experiencia y trayectorias del rodriguismo en Chile. Proyectos e identidades políticas en disputa (1980-2006)” perteneciente al Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile.

Resumen

Este artículo analiza la experiencia del Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez (MPMR), desde su formación bajo el Partido Comunista de Chile en 1991, durante el periodo de transición democrática, hasta su quiebre definitivo con la matriz histórica del rodriguismo en el país en 2006. Destaca su evolución dentro del contexto político-social nacional, así como también su inserción en el escenario latinoamericano permitiendo una mayor apertura en la discusión política en comparación con la clandestinidad de la dictadura. A lo largo de las décadas de 1990 e inicios de 2000, el MPMR experimentó diversas tensiones, enfrentando los desafíos de readecuación que imponía tácitamente la postdictadura, generando nuevas formas de entender y hacer política. Además, se examina la persistencia del MPMR como una identidad política en disputa, que, lejos de desvanecerse, apostó por seguir interviniendo en la realidad política y social del país, integrando la memoria revolucionaria con nuevas estrategias y formulaciones identitarias, evidenciando su adaptación a los nuevos tiempos.

Palabras clave: Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez, Rodriguismo, Identidad política.

Abstract

This article analyzes the experience of the Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez (MPMR), from its formation under the Communist Party of Chile in 1991, during the period of democratic transition, until its definitive break with the historical matrix of Rodriguismo in the country in 2006. It highlights its evolution within the national political-social context, as well as its insertion in the Latin American scenario allowing a greater openness in the political discussion compared to the clandestinity of the dictatorship. Throughout the 1990s and early 2000s, the MPMR experienced various tensions, facing the challenges of readjustment tacitly imposed by the post-dictatorship, generating new ways of understanding and doing politics. In addition, we examine the persistence of the MPMR as a political identity in dispute, which, far from fading away, bet on continuing to intervene in the political and social reality of the country, integrating the revolutionary memory with new strategies and identity formulations, demonstrating its adaptation to the new times.

Keywords: Manuel Rodriguez Patriotic Movement, Rodriguismo, Political Identity.

Introducción

La transición democrática encabezada por Patricio Aylwin se centró particularmente en desmantelar las organizaciones político-militares que se habían formado durante la dictadura para hacer frente a ella. Sin embargo, a pesar del resultado del plebiscito del 5 de octubre de 1988 y de la elección presidencial del candidato democratacristiano, algunas de estas organizaciones decidieron continuar su lucha mediante la resistencia armada, rechazando la vía electoral que, oficialmente, marcaba el fin de los diecisiete años de dictadura. Entre los casos más relevantes se encuentran algunos sectores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), pero especialmente el complejo MAPU-Lautaro y el Frente Patriótico Manuel Rodríguez Autónomo (FPMR-A). Estas últimas impactaron profundamente al país y al gobierno de la transición con sus acciones, que aún hoy son recordadas. En el caso del MAPU-Lautaro, destacan el rescate de Marco Ariel Antonioletti, el atentado contra el entonces intendente de Santiago, Luis Pareto, y la conocida como “masacre de Apoquindo”, entre otras acciones. Por su parte, el FPMR-A, en el marco de su campaña “No a la impunidad”, dio inicio a los llamados “Juicios Patrióticos”. Entre estos figuran el atentado contra Gustavo Leigh, exintegrante de la Junta Militar; el ataque a Luis Fontaine, coronel de Carabineros y director de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros (DICOMCAR) entre 1984 y 1985, dirección involucrada en el asesinato de José Manuel Parada, Manuel Guerrero y Santiago Nattino; el atentado con resultado de muerte contra el entonces senador por la Unión Demócrata Independiente (UDI), Jaime Guzmán, artífice central de la Constitución Política de 1980; el secuestro de Cristián Edwards, hijo de Agustín Edwards, dueño del diario El Mercurio; y la mediática operación “Vuelo de Justicia”, en la que cuatro rodriguistas lograron escapar de la Cárcel de Alta Seguridad en un helicóptero dispuesto para la acción, en diciembre de 1996.

Especialmente tras el Vuelo de Justicia, las acciones del FPMR Autónomo quedarían marcadas paulatinamente como parte de la historia reciente y ecos de un complejo pasado. Desde aquel momento, su presencia en la escena nacional se desvaneció casi por completo, convirtiéndose en una figura cada vez más lejana de la acción política concreta. De esta manera, cerraba el ciclo histórico de la fracción autónoma del FPMR, como un actor político-militar con capacidad de impactar considerablemente en la vida política chilena. Quedaba el mito heroico de una espectacular fuga, cuyos protagonistas permanecieron por largo tiempo fuera del alcance judicial y mediático del país. Junto a ello, también surgía una memoria incómoda, obviada por sectores de izquierda y derecha, pero la cual resistió especialmente desde familiares y amigos de sobrevivientes rodriguistas o quienes permanecían en prisión. Comenzaron a ver la luz grupos de memoria autoconvocados y autogestionados, encargados de conmemorar fechas simbólicas, como el apagón del 14 de diciembre de 1983, el atentado a Pinochet, la matanza de Corpus Christi, los asesinatos de Raúl Pellegrin y Cecilia Magni tras la toma de Los Queñes, entre otros.

En enero de 1998, durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994-2000), un grupo liderado por Eduardo Contreras y Gladys Marín presentó la primera querella contra el exdictador Augusto Pinochet, quien acababa de asumir como senador vitalicio, según establecía la Constitución Política. Esta demanda fue el inicio de un proceso judicial que sumó cientos de querellas por los crímenes cometidos durante la dictadura, impulsadas por familiares de víctimas, incluidos los de rodriguistas caídos en Corpus Christi o Los Queñes. En octubre de 1998, la detención de Pinochet en Londres por orden del juez español Baltasar Garzón provocó tensiones internas en Chile, especialmente entre adherentes pinochetistas y detractores en búsqueda de justicia. Este hecho intensificó la defensa de la memoria, los derechos humanos y una reparación incipiente a las víctimas, visibilizando las dificultades de la justicia transicional. En el caso del rodriguismo, aunque sumándose a las movilizaciones desatadas desde la detención de Pinochet, algunos de sus sectores que intentaban sobrevivir se volcaron a la interna, lejos de incorporarse a la discusión de manera pública y nacional.

Si bien entre 1990 y 1994 el FPMR-A concentró el momento de mayor visibilidad del rodriguismo en la escena política nacional, ese periodo estuvo atravesado por un contexto adverso, marcado por la prisión de varios de sus militantes y por la progresiva desarticulación de un proyecto que terminó por fragmentarse. Por su parte, el sector que provenía del FPMR-PC o también llamado en ocasiones “Frente Partido”, en 1991 se reorganizaría como Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez (MPMR), transitando un derrotero muy distinto al de su entonces distante hermano. Aunque mantenía vínculos con la experiencia política y militar anterior y compartía, por tanto, una experiencia, su accionar comenzó a adoptar formas distintas, en un intento por adaptarse a las condiciones del Chile postdictatorial. Esta versión del rodriguismo enfrentó el desafío de sostener una identidad revolucionaria en un escenario profundamente transformado, en el que la lógica armada, paulatinamente, iría cediendo espacio a nuevas estrategias de acción política y social.

Este artículo es una aproximación exploratoria a la experiencia del MPMR, cuya trayectoria ha sido casi nulamente abordada por la historiografía y otras disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales. Debido a ello, la bibliografía de apoyo resulta más bien exigua, adquiriendo suma relevancia las fuentes de prensa, documentos internos y testimonios, a través de las que se busca observar particularmente el nacimiento del MPMR y los modos en que ciertos elementos identitarios heredados del FPMR fueron reconfigurados y resignificados en función de los nuevos escenarios políticos y sociales del Chile postdictatorial. Para ello, resulta importante considerar algunos aspectos sobre identidades que permiten dar cuenta de los procesos de continuidad, reformulación y disputa político-identitaria. Particularmente, comprendiendo la identidad desde una perspectiva constructivista y cuyo proceso formativo es histórico, dinámico y relacional. Como concepto, para el antropólogo Joël Candau, su complejidad aumenta cuando refiere a un grupo y define la identidad, ya sea cultural o colectiva como una representación[1]. Por ello, para Luis Alberto Romero, las identidades (en plural) se constituyen en relación con otras o bien por oposición, contra otras identidades, siendo además provisionales, respondiendo al fluir del proceso histórico.[2] Desde la historiografía chilena, Rolando Álvarez señala que una perspectiva de la identidad tiene relación con una mirada constructivista que se basa en el desarrollo de la identidad a través de la historia, reconfigurándose según cada época vivida[3]. Siguiendo a Pierre Tap, Álvarez destaca elementos de una apuesta central que interesa destacar: una perspectiva que evita el determinismo de la identidad, haciendo de su proceso de construcción un proceso histórico y dialéctico, entre la “identización” y la “identificación”. La primera, por oposición a otras identidades, y la segunda por integración a la comunidad que esté conformando esa determinada identidad que da pertenencia al sujeto.

Así resulta en el caso del rodriguismo postdictadura: hablamos de una identidad colectiva, no unívoca ni fija, sino de una construcción política en disputa, atravesada por factores ideológicos, materiales y subjetivos, en diálogo con los ciclos históricos del país y de la región latinoamericana. A partir de este enfoque, este artículo examina cómo el rodriguismo postdictatorial reconfiguró su identidad colectiva en un contexto de transición política. Mediante el análisis de fuentes de época, se busca rastrear los elementos de continuidad y cambio que dieron lugar a la emergencia del MPMR, así como los sentidos políticos que sus protagonistas atribuyeron a esta nueva etapa organizativa.

Reconfigurando el “Frente Partido”: nace el Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez.

A menos de un mes de la fuga de 49 presos políticos de la ex Cárcel Pública, el 29 de enero de 1990, conocida como “Operación Éxito”, el rodriguista Alfredo Malbrich dio al periodista Leonardo Cáceres una de las primeras declaraciones sobre el suceso. La entrevista exclusiva fue publicada el 19 de febrero de 1990 por el diario El Independiente. En ella, “Malbrich anuncia que el Frente no piensa disolverse ni llevar a cabo acciones armadas contra la democracia que se inaugurará el próximo 11 de marzo, aunque cree que el régimen imperante será el mismo que instauró Pinochet”[4]. Según el testimonio:

«Nosotros [FPMR-PC] pensamos que Pinochet sigue siendo el gran obstáculo para la democracia y que hay que retirarlo definitivamente. Hay quien piensa que el mejor modo de conseguirlo es ejecutarlo. Nosotros creemos que este no es el momento oportuno. Más bien pensamos que la solución está en dar una oportunidad a la democracia para que juzgue y condene a Pinochet por sus crímenes. Si esto no sucede, volveremos a hablar del tema».[5]

Un año más tarde nacería el MPMR como una forma de readecuación política y orgánica frente a las nuevas condiciones del contexto nacional, tal como lo señalaba alguna prensa de la época. No obstante, sus militantes permanecieron al margen de una clase política que, con diversos avatares, asumió la conducción del proceso de restitución democrática durante la década de 1990. El mismo Alfredo Malbrich otorgó una entrevista a la revista Análisis en mayo de 1991, algunas semanas antes de la presentación oficial del MPMR. En esta señalaba:

Hemos planteado, con mucha claridad, que el accionar armado en estas condiciones no beneficia al proceso de transición, sino que por el contrario, genera conflictos. Hoy asumimos la lucha bajo formas distintas. Y es por eso que el FPMR pasará en los próximos días a constituirse en un movimiento que actuará en forma pública y abierta, no clandestina, ni armada, pero tras los mismos objetivos: poniendo el acento en la necesidad del esclarecimiento pleno de la verdad, del juicio y castigo de los responsables de las violaciones de los derechos humanos y del desmantelamiento de todo el poder dictatorial. «No somos un partido político, ni tenemos la intención de transformamos en él, pero sí en una organización que dé espacio para la expresión de determinados sectores populares que hoy no cuentan con otros canales. Pensamos que hoy el Frente puede convertirse en un movimiento que actúe en forma abierta, pública, en el marco del proceso de transición, pero para empujarlo».[6]

En este contexto tuvo lugar el surgimiento del MPMR en junio de 1991. Uno de sus integrantes iniciales fue el rodriguista Luis Vega, quien provenía incluso de la experiencia del “Frente Cero”, antes de la formulación del propio FPMR en diciembre de 1983. Al momento de la creación del MPMR, además, se encontraba fugado de la cárcel de La Serena. En sus memorias, Vega relata:

Ya nos habíamos tomado la libertad sin permiso. Para la estructura partidaria éramos un problema; el gobierno “democrático” nos ponía al margen de la ley y de la participación política. Había que ganarse un espacio. En esas reflexiones un sector de los rodriguistas damos inicio al Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez (MPMR), en la peña René Largo Farías. Sería el espacio político que reivindicaba las banderas políticas del FPMR, y -en lo inmediato- luchaba por la libertad de todos los presos políticos.[7]

Por otro lado, la revista Punto Final cubrió una de las conferencias en que el MPMR hizo pública su aparición, en la misma fecha señalada anteriormente. En dicha instancia, se señaló que este surgimiento fue:

Definido como un “paso de continuidad” del FPMR que permaneció vinculado al PC luego del quiebre de la organización en 1987, el MPMR surgió para impulsar la movilización en torno a cuestiones concretas, como la solución al problema de los presos políticos (…) se plantea atraer a aquellas personas que si bien tuvieron una activa participación en la lucha contra la dictadura, hoy permanecen al margen de toda actividad política y desencantados del peculiar proceso de transición a la democracia que se desarrolla en el país.[8]

Continúa con una entrevista a uno de los miembros de la Dirección Nacional que asumía la cabeza de la nueva estructura, donde este señala que “Se trata de ocupar un espacio que el Frente ganó, en la perspectiva de retomar los principios fundacionales del Frente”. Añade: “Nosotros somos el FPMR y su continuidad es el MPMR. Existe otra organización que actúa bajo el nombre de FPMR y que se autodefine como autónomo, con la que no tenemos ninguna relación”[9]. Así se zanjaba públicamente una compleja relación, cuyas críticas y tensiones se arrastrarían por años, incluso hasta el presente. Aunque ciertamente la distancia entre el FPMR y el naciente MPMR fue considerable, los testimonios anteriores también revelan cierta continuidad en las lógicas de vinculación y en especial, en lo que refería a la negación de una u otra estructura en distintos momentos. Es decir, así como en la década de 1980, a todo efecto público el PC rechazó cualquier vínculo con el FPMR, más tarde, tanto el sector autónomo como “el Movimiento” recogieron esa práctica que, en rigor, obedecía al quiebre político y proyectual de ambas vertientes. También hay que sumar el testimonio de Vega, quien no es el único que plantea que, para el Partido, el FPMR-PC habría encarnado un problema a propósito del contexto país. Marco Riquelme ingresó tempranamente a las Juventudes Comunistas (JJCC), también formó parte del Frente Cero y más tarde del FPMR, permaneciendo en el FPMR-PC tras la separación de 1987. Fue además uno de los rodriguistas fugados de la prisión en la Operación Éxito de 1990, cuando entró en un breve periodo de vida semiclandestina, aunque continuó trabajando políticamente en la zona sur del país. En 1991, al igual que Vega, Riquelme también pasaría a integrar el MPMR desde su creación. Pero al respecto, comenta:

La conformación del Movimiento es una decisión política del Partido Comunista (…) porque como el elemento militar estaba incorporado en la política militar del Partido, supuestamente, entonces era importante. Y el Partido –producto de no entrar al juego democrático– no iba a poder reivindicar eso… entonces necesitaba alguna instancia que lo pudiera reivindicar, pero que estuviera subordinado al Partido, obviamente. En definitiva, que reivindicase lo que el Partido quisiera y cuando quisiera. Esa es más o menos la idea que se planteó (…) y la creación del Movimiento significaba desalojar del Partido la idea militar y ante cualquiera cuestión de carácter político, teórico, etcétera, el Partido dijera “no, nosotros no tenemos na’ que ver, allá están los hueones que tienen que ver con eso, pregúntenles a ellos” (…) y así también ir terminando con las instancias de carácter militar que había todavía al interior… del Partido y de la Jota.[10]

Bajo esta lectura, el MPMR también se comenzaría a distanciar progresivamente de la vida política del PC, quizás incluso más temprano que tarde. Este alejamiento no solo respondió a diferencias estratégicas, sino también a una creciente sensación de desarticulación con respecto al rumbo que el PC comenzaba a tomar frente al nuevo escenario democrático. De acuerdo con el testimonio de Marco Riquelme, dentro del Partido, en poco tiempo el Movimiento empezó a quedar relegado a un segundo plano:

…el Movimiento, después del primer año que se armó… ya ‘92, casi no tenía ningún tipo de relación con el Partido. Ya como al año siguiente (...) en la práctica no había reuniones, nada. Se suponía que esto [MPMR] iba a ser directamente atendido por la Comisión Política del Partido y eso no fue nunca. O de repente… o al principio había reuniones que estaban relacionadas con eso, pero posteriormente, después ya a nadie le importaba. Porque el Partido, después de un año, dos años, ‘92, ‘93, ‘94… ya logra desalojar esa idea.[11]

A pesar de ello, estando aún ligado al PC en lo formal e incluso producto de la sociabilidad militante entre rodriguistas del Movimiento y comunistas del Partido, no resultó extraño que las nuevas preocupaciones que trajo la democracia fueran compartidas por el MPMR y, por ello, incorporadas al análisis, hayan coincidido con algunos de los puntos que tomaron lugar en medio de la crisis del Partido y su ala juvenil durante el mismo periodo. Así, por ejemplo, tuvo lugar la discusión sobre el rol de las mujeres o de los pueblos originarios en las luchas políticas y las movilizaciones sociales que vendrían.

Un ejemplo de esto se puede encontrar en El Rodriguista, publicación que, si bien mantuvo su circulación durante los años ‘90, su principal regularidad numérica seriada perteneció al sector autónomo, aunque ambos sectores mantuvieron el uso del mismo nombre del órgano de difusión. No obstante, existen algunos ejemplares –como el que se cita a continuación– en los que se aborda de forma explícita el rol de las mujeres rodriguistas[12]. En este caso, se presenta en palabras de Pablo Flores, presentado como “un hermano combatiente” que participó en la internación de armas en Carrizal Bajo. En la entrevista, Flores responde a la siguiente pregunta:

E.R: De acuerdo con el espíritu Rodriguista y con tu experiencia ¿puede una mujer ser combatiente y participar codo a codo con los hombres en cualquier acción?

P.F: Claro que sí. Y es más. Yo diría que en muchas situaciones las mujeres tienen nervios más fríos que el hombre, pues uno se pone nervioso al ir a alguna operación combativa, pero la mujer no. Recuerdo que en cierta ocasión fue herido un compañero y quien enfrentó al enemigo y rescató al combatiente fue una compañera, una mujer Rodriguista. Lo sacó casi en andas del lugar, con mucha convicción, con mucha garra.[13]

A lo largo de los años ‘80, el rol de la mujer rodriguista fue abordado en algunas ocasiones en la publicación, aunque, como se ha señalado, mayoritariamente en contextos conmemorativos, donde predominaban representaciones centradas en cualidades masculinizadas y mártires. Esta entrevista es una de las primeras en donde la pregunta es expresamente si las mujeres pueden ser combatientes, si es posible que ocupen ese lugar, aunque sigue siendo la voz masculina quien valida esa condición, dando cuenta de ciertos límites persistentes en torno a la construcción de género dentro del discurso rodriguista, como también era la tónica de la época. A pesar de ello, es probable que el análisis del nuevo contexto, sin el urgente imperativo de terminar con la dictadura, conservando un escéptico espíritu rodriguista respecto del gobierno de transición, permitiera que se incorporaran lecturas más críticas que refrescaran las líneas internas de la mano con los nuevos tiempos, como se predisponía justamente el MPMR al apostar por “readecuarse” al escenario nacional. De hecho, en la introducción de la entrevista, se habla sobre “los hombres y las mujeres herederos de la vocación Rodriguista” y continúa enfatizando: “El compromiso y el amor que anida en cada Rodriguista es semilla de futuro y libertad, es experiencia y enseñanza, es adecuación a nuevas formas de lucha y a nuevas situaciones que enmarcan el quehacer sociohistórico en Chile[14].

De este modo, sin sufrir la represión directa sobre la estructura orgánica que, en rigor, surgía en democracia, el MPMR apostaba por reorientar su lucha hacia la participación política y social. Su objetivo era recuperar el apoyo popular y reinsertarse en las masas, llegando incluso a ocupar espacios establecidos para trabajar, como fue el Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz (ICAL), creado en diciembre de 1983 y que permanece vigente hasta la actualidad. A pesar de ello, a comienzos de la década de 1990, algunos de los integrantes del Movimiento aún enfrentaban condenas heredadas de la dictadura, razón por la cual fueron objeto de persecución y detención. Fueron los casos de Marco Riquelme y Luis Vega, ambos fugados –desde la Cárcel Pública y desde la cárcel de La Serena, respectivamente–, y recapturados tras un operativo conjunto de Investigaciones y el GOPE de Carabineros. El procedimiento, ordenado por el entonces ministro del Interior del gobierno de Aylwin, Enrique Krauss, se llevó a cabo alrededor de las 13:00 horas en la sede del ICAL, ubicada en ese entonces en la calle Concha y Toro, en el centro de Santiago, poco después de una conferencia de prensa ofrecida por el MPMR hacia el mediodía del 14 de septiembre de 1991. Ambos permanecieron en prisión algunos meses, hasta obtener la libertad al año siguiente.[15]

Este ejemplo permite ilustrar que la década de 1990 constituyó, en efecto, un periodo adverso para las organizaciones político-militares y también incluso para aquellas que, como el MPMR, se encontraban en un proceso de redefinición estratégica que implicaba dejar atrás la lucha armada como forma principal de acción política. En el marco de una transición a la democracia con rasgos conciliares –pactada o “tutelada”, como fue el adjetivo de la época–, bajo una institucionalidad que desincentivaba toda forma de confrontación por fuera de los canales oficiales, y en un contexto atravesado por discursos de despolitización y criminalización promovidos desde el gobierno, especialmente en contra de organizaciones como el FPMR-A o el MAPU-Lautaro, las posibilidades de recomposición orgánica y de articulación con el mundo popular se volvieron particularmente complejas.

En este escenario, los intentos de recomposición política, no solo en lo orgánico, sino también en la rearticulación de fuerzas sociales, enfrentaron múltiples obstáculos, tanto de orden estructural como subjetivo. El aparente cierre del ciclo armado no dio paso, de forma inmediata, a nuevas formas de organización política de masas; por el contrario, pareciera ser que predominó una suerte de intervalo, caracterizado por la dispersión, la fragmentación y un cierto repliegue del quehacer militante. Recién hacia comienzos de la década de 2000 se comenzarían a vislumbrar algunos elementos que posibilitarían la reconstrucción de vínculos políticos y sociales, dentro y fuera del país. Sin embargo, este proceso se desarrolló de manera paulatina, con avances desiguales y sin una direccionalidad clara en sus primeras etapas. Los testimonios experienciales de algunos integrantes del MPMR coinciden en señalar la década de 1990 como una etapa confusa, incluso descrita en términos de “años perdidos”, marcada por la fragmentación, cierto desgaste e incertidumbres. Luis Vega lo expresa en estos términos al referirse a su experiencia luego de obtener la libertad bajo fianza, tras ser recapturado:

Los años ‘90 serían de resistencia. Mientras muchos se adaptaban a la transición en la medida de lo posible, abandonando la lucha política; otros derechamente se irían para la casa; otros núcleos de rodriguistas pagarían con su vida la osadía de seguir empuñando las armas. La dispersión y persecución del rodriguismo sería la tónica de los gobiernos de la transición. Yo la llamaría la década perdida, aunque hay mucho que rescatar de lucha y rebeldía. La década del 2000 sería intensa…[16]

Una percepción similar se encuentra en el testimonio de Riquelme, quien también caracteriza la década de 1990 como una etapa marcada por la falta de proyección política y por la dificultad de generar una orientación estratégica propia. Especialmente, estando el MPMR aún vinculado a las directrices del Partido, aunque fuera solo en la forma. Según su testimonio, se trataría de un periodo en que la acción militante perdió centralidad, predominando una sensación de estancamiento, repliegue y disgregación:

…en realidad desde el ‘91… hasta que nos fuimos del Partido, nosotros lo hemos considerado incluso varios años después que nos fuimos del Partido, que fue una pérdida de tiempo (…) fue un acompañamiento nomás, no hay nada que uno pueda decir… porque como era de la política del Partido, no hay nada con luz propia. O sea… no se hizo nada… nosotros tratamos –sin que el Partido supiera– de hacer algunas acciones, y las hicimos… por ejemplo, yo creo que como el ‘93, ‘94, no me acuerdo, pero por ahí, hicimos algunas cuestiones, bombazos y cuestiones… porque consideramos que había que desestabilizar, pero tampoco teníamos una política clara.[17]

Sin embargo, a lo largo de la cuestionada década, especialmente hacia su final, se evidenció una mayor maduración de este proceso y la apertura de nuevos caminos que marcaban una distancia definitiva respecto a sus motivaciones originarias durante la dictadura, así como también respecto a su ala rodriguista de vanguardia, quedando plasmada tanto en la experiencia militante como de forma material a través de la difusión. En enero de 1998, el MPMR anunciaba el retorno de El Rodriguista, cuya primera edición de regreso incluía una entrevista a algunos integrantes de su Dirección Nacional, donde interpelaba: “¿Qué hay o qué queda del FPMR en el MPMR, después del paso?”. Las respuestas ofrecidas por los entrevistados son diversas, pero destaca especialmente el componente ético, moral y patriótico de la esencia rodriguista:

“…su historia (…) y los mártires, están sintetizados en contenidos muy profundos, que tienen que ver con nuestro pueblo: con las luchas, con las vivencias de importantes sectores populares. Se sintetiza lo señalado, en lo que caracterizó de una forma muy importante al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, y que sigue caracterizando a los Rodriguistas como es su actitud; una actitud de consecuencia a toda prueba. Los Rodriguistas asumieron una opción de lucha abierta y frontal contra la dictadura, y eso sigue expresándose en la actitud de todos los Rodriguistas…”

(…)

“…lo que nos llevó a estar en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez en aquellos años, y que nos sigue motivando ahora, es la expresión del mismo Rodriguismo. Mientras el pueblo siga sufriendo pobreza, miseria, explotación; mientras continúen las grandes injusticias y la impunidad; está absolutamente justificada la presencia del Rodriguismo. Creemos que somos nosotros, entre otros, portadores de los valores más grandes del ser humano, no como individuos, sino el Rodriguismo, por lo que fue y determinó en nuestro país. Sentimos que seguimos representando valores tan nobles como la rebeldía, la valentía, la dignidad, y en la medida que el pueblo siga necesitando luchadores con ese convencimiento, con esa fuerza, con estas ganas de superar esta etapa, con la convicción de que hay que cambiar radicalmente este sistema, seguiremos esforzándonos por sostener y acrecentar la presencia del Rodriguismo”.

(…)

“…son raíces históricas. El sistema trata de imponer en el pueblo de manera sistemática, a través de los medios de comunicación que domina nuestra imagen como violentistas, desvirtuando ideales nobles que fundamentaron nuestra lucha durante la dictadura. La violencia que nosotros recogimos como legado está relacionada con nuestros antepasados, incluso, tiene que ver con la lucha en contra del invasor español, las luchas del pueblo Mapuche, o la lucha por la independencia de nuestra patria. Por tanto, nuestra acción, no es solamente una expresión de carácter político contingente, sino que es una expresión patriótica de alcance estratégico. Eso es parte de la actitud de todos los Rodriguistas, incluso de los que no están dentro del Movimiento (…) valores como solidaridad, patriotismo, no han desaparecido. Con nosotros todavía cabalga Manuel Rodríguez, y todavía Manuel Rodríguez anda buscando a San Bruno”.[18]

Estos testimonios reflejan un esfuerzo en la reconfiguración del sentido del rodriguismo en el escenario postdictatorial, donde el MPMR apostaba por reinscribir el legado rodriguista desde una dimensión discursiva que se plasma de forma importante en la identidad. La referida “actitud” rodriguista, altamente ética, con una moral revolucionaria intacta y un modo de ser y concebir lo patriótico que provenía de los días más álgidos de vida del FPMR, aparece como un núcleo identitario que buscaba afirmarse frente a los nuevos tiempos. Apelar a estos valores ético-morales, sin embargo, fue una práctica común y persistente a lo largo de la vida del FPMR, y así lo recogió también el MPMR, que plantearía más tarde:

…se ha dicho que el Rodriguismo es un Pensamiento Político, que surge de una experiencia concreta en la lucha contra la dictadura militar pinochetista. También se ha pensado que esa existencia culminaría al terminar la causa que le dio origen, sin embargo, la realidad es muy distinta y aparece –en los rodriguistas- una “voluntad de Ser” que va más allá de ese estrecho aunque rico periodo de lucha. ¿Qué explica esa “voluntad” que por ahora se mantiene dispersa y dividida? Algo ocurrió en esos años, que marcaron para siempre a muchos militantes y no militantes. La decisión de dar el paso, ver a los hermanos “dar la vida”, haberlos conocido y creído en ellos (…) esa voluntad se basa principalmente en el ejemplo. Hemos heredado una historia llena de ejemplos enorgullecedores. Pero esa voluntad va aún más allá, pues la idea de la Revolución Social, del Socialismo, de las grandes transformaciones para la sociedad chilena, nunca han dejado de estar presentes en el pensamiento rodriguista.[19]

De hecho, el relato retorna al punto de partida que fue la Política de Rebelión Popular de Masas (PRPM), impulsada por el PC en 1980 y cuya máxima materialización sería la creación de una Fuerza Militar Propia, el FPMR:

La pregunta de ¿qué nos distingue? de otros pensamientos políticos a veces parece ser más importante que reconocer nuestra propia identidad. El sólo hecho de que existamos (aún en estado de dispersión actual) nos diferencia (…) contra un fondo apagado y gris, neoliberal, derrotista, disperso y atomizado. Nuestra identidad está plasmada en los pequeños grupos que mantienen en alto la idea revolucionaria, la idea rodriguista y la voluntad de ser revolucionarios. Esa identidad debe confrontarse con una práctica coherente. Esa identidad mantiene, además, vigente la vinculación con nuestras raíces históricas, con la izquierda allendista, con la lucha anti Pinochet, con el Partido Comunista, con una política que aunque insuficiente nos mostró una dirección principal: la Rebelión Popular.[20]

Con este soporte central, el MPMR sostenía un discurso de continuidad histórica, no solo desde el propio surgimiento de la PRPM y el FPMR, sino incluso desde los orígenes de la resistencia mapuche hasta los últimos años de la década de 1990, validando con ello tanto la vigencia del rodriguismo como su pertinencia en las nuevas condiciones políticas. En la práctica, en torno a la identización e identificación, esta operación permitió al MPMR presentarse como portador de una memoria revolucionaria, integrar a sus militantes y posicionarse como alternativa política, también una vez replegada la acción del FPMR-A con el Vuelo de Justicia. Más allá de la continuidad organizativa o estratégica, lo que se subraya es una forma de entender la militancia como compromiso histórico con el pueblo y la patria, y no circunscrito solamente al término de la dictadura. En este sentido, el Movimiento buscó proyectar una continuidad simbólica con el FPMR, apelando a los valores “fundacionales” que, como hemos dicho, reforzaron su legitimidad en el nuevo contexto político, incluso cuando las condiciones para la acción revolucionaria y/o armada hubiesen cambiado radicalmente. Consultados sobre la situación del MPMR al momento de la entrevista, los miembros de su Dirección Nacional señalaron:

“Desde que dimos el paso, y nos constituimos como Movimiento en el año 1991 (…) estuvimos aportando de acuerdo a nuestras posibilidades en las diferentes instancias que se daban en la izquierda, para confluir hacia un proceso de reconstrucción de una alternativa distinta al sistema. En este periodo, contribuimos en la construcción de un bloque de izquierda como el MIDA (…) hemos pasado a una etapa de creación de nuestras capacidades, para poder enfrentar de mejor manera a este enemigo. En esto estamos ahora (…) en un plano de búsqueda (…) A partir de nuestras raíces, de lo que fuimos y lo que somos (…) En el plano orgánico, concretamente, estamos en franca marcha de crecimiento, con presencia en la Región Metropolitana, en la octava, en la quinta, primera y segunda regiones. De igual manera hemos avanzado en la consolidación de nuestra estructura internacional. Esto también está inserto en nuestro proceso de búsqueda y se entronca con la búsqueda en el campo de las definiciones políticas y estratégicas (…) Queremos contribuir en forma decisiva a que se logre un proyecto popular, de izquierda, en definitiva, una alternativa democrática al modelo”.[21]

        A partir de tales comentarios, es posible inferir que, en esta etapa, el MPMR proyectaba una estrategia de crecimiento orgánico, tanto a nivel nacional como internacional, en el marco de una búsqueda de definiciones políticas más nítidas y de la construcción de una alternativa popular de izquierda. Esta dinámica de expansión y redefinición estratégica abrió también un espacio propicio para la incorporación de nuevos referentes políticos y simbólicos a su horizonte identitario, especialmente en relación con los procesos latinoamericanos emergentes. De hecho, las posibilidades de incorporación discursiva e identitaria de nuevos temas y escenarios latinoamericanos sí existieron, aunque comenzaron a cobrar fuerza recién a inicios de la década del 2000. Si durante los años ochenta se configuró una fuerte identificación con lo latinoamericano, incluso más que los socialismos reales –especialmente en la generación rodriguista “ochentera”–, expresada en una pauta de tintes internacionalistas, orientada especialmente por las experiencias revolucionarias de Cuba, Nicaragua y El Salvador, a lo largo de la década de 1990 esta perspectiva sería objeto de una reconfiguración, influenciada por los procesos políticos emergentes en países como Bolivia, Venezuela o Colombia. En este nuevo contexto, concepciones como el bolivarianismo y el indigenismo comenzaron a perfilarse como referentes significativos, que debían ser integrados progresivamente a los marcos identitarios del militante revolucionario y así lo asumiría el MPMR durante los 2000. Más que simples expresiones de solidaridad internacional, estos elementos pasaron a constituir dimensiones centrales en la elaboración de una subjetividad militante que buscaba rearticularse en un escenario regional cuyas transformaciones también interpelaban al movimiento revolucionario en América Latina.

Integración regional e internacionalismo en el MPMR.

Más allá de las fronteras nacionales, el MPMR desplegó una búsqueda de lineamiento político que apostó por la integración latinoamericana y el internacionalismo, en sintonía con el contexto que traía el nuevo siglo, lo que marcaría también una nueva distancia respecto del horizonte original del rodriguismo. En este contexto, resulta pertinente destacar algunas precisiones que, en la reflexión de Riquelme, tienen fuerte relación con los derroteros del rodriguismo en su vertiente “movimientista”, puesto que, de acuerdo con su testimonio, no existía una elaboración internacionalista como tal en el FPMR durante los ‘80:

La verdad es que el Frente no tiene mucho esta idea de una política internacional o internacionalista que ayude a… que es parte de lo que nosotros somos, que son nuestros principios, nuestras ideas, no… es poco yo encuentro. Por ejemplo, si miras la historia del Frente, no se da un momento así que uno pueda decir… –salvo escribir en El Rodriguista– a lo mejor dedicó el mes de julio a hacer la jornada latinoamericanista, hizo un montón de acciones… no hay mucho de eso. Porque además no lo necesitaba, porque el Frente, en sí, era una cuestión de carácter militar. Y, por lo tanto, era el Partido el que asumía esa cuestión y era internacionalista, iba para allá, para acá, era recibido en otros países que estaban haciendo la revolución (…) no hay cuestión así que el Frente haya dedicado a hacer cosas que estuvieran relacionadas con Nicaragua… incluso la gente que va a combatir en Nicaragua no dependía del Frente. Dependía del Partido, de la estructura del Partido en La Habana. Porque las relaciones que tenían los cubanos, no eran con el Frente, eran con el Partido. Después cuando se divide el Frente se produce una relación un poquito, dura muy poco, dura yo creo del ‘87 hasta el ‘90. Con el Autónomo.[22]

Un aspecto que resalta del testimonio de Riquelme es el rol del órgano de difusión El Rodriguista, tanto en su función de “homogeneizador” de la identidad militante[23], como en su papel como espacio de expresión, problematización y difusión de iniciativas de reflexión y solidaridad en torno a la situación latinoamericana. Efectivamente, El Rodriguista tuvo un papel relevante en la difusión de este tipo de reflexiones, incluso durante la dictadura. Sin embargo, con las nuevas posibilidades que ofrecía el escenario postdictatorial y la reconfiguración llevada a cabo por el MPMR, se abrió un espacio para entablar un debate político más amplio, incluyendo la posibilidad de alianzas con diversos actores y sectores. En este sentido, el principal órgano de difusión rodriguista contribuyó de manera significativa a la articulación de un imaginario con fuerte resonancia internacionalista, expresado mediante homenajes, referencias solidarias o editoriales dedicadas a las luchas revolucionarias del mundo, pero especialmente de América Latina. Y aunque bien estas expresiones no implicaban en sí mismas una estrategia internacional sostenida desde el FPMR o MPMR, según fuera el caso, sí contribuyeron a perfilar una identidad política nutrida de elementos internacionalistas, especialmente valorados por ciertos sectores de la militancia. Ejemplo de esto fueron diversas entrevistas realizadas a Raúl Reyes y Manuel Marulanda Vélez (alias, también conocido como “Tirofijo”), comandantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), se replicaron textos del Subcomandante Marcos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), se rememoró la experiencia en Nicaragua y El Salvador, se difundieron discursos de diversas instancias cubanas y se denunció la situación de los presos políticos del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) en Perú, entre otros. Estos aspectos de solidaridad entre distintas experiencias revolucionarias latinoamericanas, difundidos a través de El Rodriguista, se incorporaron de lleno en la suerte de reconstrucción identitaria del MPMR, que recogía todo el legado de la lucha antidictatorial, pero a la vez reforzaba ese imaginario militante articulando la épica de un pasado revolucionario, heroico y mártir, con una visión acorde a los nuevos tiempos respecto de la lucha internacionalista. De esta manera, la identidad política se consolidaba no solo en torno a referencias históricas locales –como es la noción patriótica–, sino que también incorporó símbolos y discursos internacionales que fortalecieron su sentido de identidad, pertenencia y compromiso en un escenario político continental en transformación. De este modo, se puede inferir que, con el tiempo y al calor de las nuevas posibilidades que trajo la postdictadura –como el fin de la clandestinidad, la opción de acceder a espacios de reflexión y reorganización, y el abandono del rol de aparato militar que, como tal, no facilitaba una discusión política de carácter vinculante, al menos hasta el quiebre de 1987–, es posible contemplar analíticamente esta experiencia en perspectiva de escala local y su proyección continental. Esta mirada, que desde un inicio articuló lo nacional con lo internacional a propósito del exilio y la clandestinidad, terminó por incorporar en lo político también referencias a procesos revolucionarios y emancipatorios de otros contextos. Así, se trató de un ejercicio político e identitario que expandía el horizonte del rodriguismo, articulando su arraigo en una experiencia nacional concreta con una proyección hacia procesos revolucionarios y emancipatorios más amplios, sin que ello implicara alguna contradicción entre lo local y lo global. De hecho, esta integración se fortaleció con el tiempo.[24]

Otra iniciativa que permite evidenciar la integración a nivel político, discursivo e incluso cultural en el rodriguismo desde el MPMR fue la creación y difusión de los llamados “Cuadernos Rodriguistas”. Este material, “iniciativa del equipo de comunicaciones del Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez”, como consigna su primer número, pretendía entregar “materiales de diversa índole tanto en las ciencias sociales como en el arte y el estudio de la cultura latinoamericana”[25]. También añadía:

La presente entrega tiene también la finalidad de cumplir una promesa realizada en el marco del XIV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, realizado en Cuba en el año 1997 (…) Anunciamos, por otro lado, la aparición de números dedicados a las perspectivas de la revolución en nuestra América, y una crítica a la política ambiental del gobierno de Eduardo Frei. Tenemos en planificación una antología de poesía de la década de los 80, un número dedicado a Colombia y otro que analiza la realidad de la lucha de la nación mapuche.[26]

Los Cuadernos Rodriguistas no solo revelan la amplitud del campo temático que el MPMR buscaba abordar, sino también su interés por vincular la reflexión política con expresiones culturales y debates regionales, reafirmando su compromiso con una militancia en clave latinoamericana. En ese sentido, esta iniciativa intenta demostrar que el internacionalismo no se limitaba a una práctica única y exclusiva, sino que igualmente se expresaba en el esfuerzo por construir ciertos marcos interpretativos más amplios, en sintonía con procesos y luchas de otros territorios de la región, también desde una vertiente cultural.

Con todo, la idea sostenida en el testimonio de Riquelme y que encuentra respaldo en la propia experiencia concreta de oficiales comunistas que combatieron en Nicaragua –por ejemplo–, permite matizar una visión más épica del rodriguismo como expresión revolucionaria con vocación internacionalista desde sus orígenes. Si bien el discurso internacionalista circuló en el entorno rodriguista –más allá de los propios oficiales combatientes, por ejemplo, a través de El Rodriguista– parece haber tenido una notable resonancia y acogida entre la generación que se incorporó al FPMR a lo largo de los años ochenta. Esta nueva camada, influida por una visión heroica de la lucha armada y por una admiración hacia la solidaridad entre pueblos, contribuyó a fortalecer y consolidar un imaginario rodriguista de carácter épico e internacionalista. Por otro lado, como se mencionó someramente, del testimonio de Riquelme se desprende que el carácter militar del FPMR y su dependencia política del Partido limitaron el desarrollo de una eventual proyección internacionalista propia del Frente. Al menos hasta 1987, las acciones en este ámbito parecen haber estado mediadas por las estructuras partidarias tradicionales, como la del PC chileno en La Habana, lo que pone en cuestión la existencia de una estrategia internacional propia del rodriguismo. En ese sentido, los matices entre el accionar concreto del Frente y el imaginario político posteriormente construido responden tanto a factores identitarios como generacionales. Con todo, la dimensión internacionalista no fue un eje estructurante del rodriguismo en su etapa de mayor efervescencia durante los años ‘80, sino más bien fue un componente que, desde la discursividad, contribuyó a potenciar su identidad revolucionaria, individual y colectiva.

No obstante, durante la década de 1990 el escenario político chileno y latinoamericano experimentó transformaciones que reconfiguraron tanto las formas de hacer política como los imaginarios revolucionarios heredados del ciclo previo. En 1998, la detención de Pinochet en Londres –ya designado senador vitalicio, según lo dispuesto en la Constitución de 1980– marcó la pauta de las movilizaciones dentro y fuera del país, lo que permite integrar nuevamente ambas escalas de análisis. Al respecto, una declaración pública emitida por el MPMR señalaba:

Los Rodriguistas expresamos nuestra satisfacción por la detención del principal responsable de la aplicación del terrorismo de Estado en nuestra patria (…) la comunidad internacional, ha tenido nuevamente una actitud de solidaridad con el pueblo chileno (…) más de 4500 personas ejecutadas o desaparecidas, amén de los miles de torturados, presos políticos, exiliados –en este caso, muchos se encuentran aún fuera del país–. Nuestros hermanos ejecutados o desaparecidos, al igual que el resto que vieron violentados sus derechos, tienen nombres, rostros, familias y compañeros, no son cifras más, son nuestros padres, hijos, hermanos, son patriotas (…) Los Rodriguistas creemos tener al igual que millones de chilenos, la fuerza moral para decir, no nos interesan las excusas (…) Los Rodriguistas hace mucho tiempo juzgamos al dictador y lo declaramos culpable. Tratamos por todos los medios de hacer cumplir la sentencia, lo demuestran los varios intentos de tiranicidio como el del Cajón del Maipo y el del Aeropuerto la Florida en La Serena. Llamamos a todos [los] chilenos en el exilio a redoblar las acciones para impedir que triquiñuelas puedan alterar la situación actual de Pinochet, y que el fin de la misma no sea su prisión definitiva…[27]

La declaración pública con que el MPMR respondió ante la detención de Pinochet en Londres evidencia elementos de una identidad política que articulaba moral revolucionaria y patriotismo, pero a la vez memoria, el exilio sostenido y la renovada vocación internacionalista. En su declaración, no solo se expresaba la demanda de justicia ante los crímenes de la dictadura, sino también una interpelación directa a la comunidad internacional y específicamente, al círculo rodriguista. Este gesto reactualizaba la dimensión internacional del Movimiento, proyectando nuevas formas de solidaridad política y resignificando el internacionalismo en un escenario donde las experiencias armadas comenzaban a ser desplazadas por otras estrategias de articulación popular.

Por otro lado, al comenzar el nuevo siglo en América Latina –con la excepción del caso de las FARC–, el repliegue de las experiencias armadas, la consolidación de transiciones democráticas con distintos grados de institucionalización y, hacia los años 2000, la emergencia de nuevos liderazgos populares en países como Venezuela o Bolivia marcaron un giro en relación con las matrices de la izquierda revolucionaria. En este nuevo escenario, el internacionalismo, la soberanía popular y la integración regional comenzaron a resignificarse desde marcos institucionales y/o estatales, según el caso, más que desde estructuras insurgentes. Así, la década de los noventa finalizaba con una transformación significativa en las coordenadas de la acción política de la izquierda revolucionaria. Desde esa perspectiva, el internacionalismo rodriguista empezó a reconfigurarse, de alguna manera, dejando atrás los marcos de la lucha armada para proyectarse en nuevas formas de militancia, ahora articuladas con los cambios políticos que atravesaba Latinoamérica. Según las memorias de Luis Vega:

La década del 2000 sería intensa: mientras muchos de la izquierda chilena veían al comandante Chávez como un militar golpista, desde el MPMR lo visualizaríamos como el renacimiento del bolivarismo (sic) y las banderas de la integración latinoamericana. Como muchos abrazaría su causa y con mis compañeros nos sumaríamos a cuanta iniciativa boliviariana se impulsara por la unidad de los pueblos.  Sería mi oportunidad de practicar el internacionalismo sumándome a la “Misión Milagro” (…) La integración latinoamericana también nos llevó a Bolivia. En 2006, cuando Evo Morales iniciaba su primer gobierno, llegamos a Cochabamba con una delegación de chilenos al “Primer Encuentro por la Unidad de los Pueblos” e iniciaríamos con nuestros hermanos bolivianos la diplomacia de los pueblos… [28]

Este testimonio ilustra cómo, al finalizar la década de 1990, ciertos sectores del rodriguismo comenzaron a reorientar su compromiso político hacia nuevas formas de internacionalismo, incluso mediadas por instancias estatales y redes transnacionales de solidaridad. Sin embargo, esta transición no implicó necesariamente una renuncia a los principios revolucionarios, sino una reformulación de sus estrategias y sentidos de acción colectiva en función del nuevo escenario latinoamericano. Por ejemplo, el internacionalismo dejó de ser una consigna asociada exclusivamente a la lucha armada y fue también concebido a partir del compromiso con la solidaridad entre pueblos desde nuevas trincheras, donde la cooperación entre movimientos sociales, la participación en distintas misiones solidarias y la articulación con organizaciones populares latinoamericanas se convirtieron en prácticas centrales. Pero esta readaptación de las perspectivas revolucionarias no estuvo exenta de tensiones internas, pues parte de la militancia mantenía una fuerte conexión con la tradición rodriguista más combativa y crítica de la institucionalidad, que, según los análisis políticos realizados por la misma colectividad, respondía exclusivamente a la perpetuación del modelo instaurado por la dictadura y sostenido por los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia. Esto generó importantes críticas y debates sobre la continuidad y actualización del bullado legado revolucionario. Así, la década de 2000 se configuraba como un período de redefinición que combinaba el reconocimiento de los límites de la experiencia armada con la necesidad de sostener un proyecto político que preserve la voluntad transformadora y mantenga la referencia a la historia de lucha.

La inserción electoral y la ruptura con el PC.

Durante los primeros años de la década de 2000, el MPMR fluctuó entre mantener presencia en la calle mediante la movilización social y explorar la posibilidad de incidir políticamente desde los marcos institucionales, sumándose al pacto Juntos Podemos Más (JPM), creado en diciembre de 2003. Esta coalición estuvo conformada por el Partido Comunista (PC), el Partido Humanista, la Izquierda Cristiana, diversos actores político-sociales como la SurDA, el Movimiento Amplio Social (MAS), el Partido Comunista Chileno Acción Proletaria, conocido como PC (AP), un bloque del MIR, el propio MPMR, entre otros. El pacto presentó candidatos comunistas, humanistas e independientes en las elecciones municipales de 2004, logrando la elección de cuatro alcaldes y 89 concejales. Al año siguiente, la elección presidencial marcaría un punto de quiebre definitivo en la relación del MPMR con el PC.

Sin haber logrado representación parlamentaria, y tras el bajo desempeño de la candidatura presidencial humanista, encabezada por Tomás Hirsch, el JPM llamó a votar en segunda vuelta por la carta de la Concertación, Michelle Bachelet, frente al candidato de la derecha, Sebastián Piñera. Este respaldo evidenció diferencias estratégicas entre el MPMR y el JPM, pero su mayor impacto, en perspectiva histórica, radicó en marcar el quiebre definitivo con su matriz política original, el PC. De este modo, tenía lugar una especie de segunda “autonomización” rodriguista: esta vez, el MPMR dejaba las filas del PC después de 23 años. De toda su Dirección Nacional, solo un integrante optó por permanecer en el Partido, retirándose del Movimiento. Pero pese a esta ruptura definitiva del MPMR con el PC, y a las tensiones generadas por el rumbo asumido por el JPM, algunos rodriguistas (o ex rodriguistas) continuaron explorando caminos dentro del sistema político institucional. En los años venideros, algunos de ellos se presentaron como candidatos independientes o se sumaron a ciertas iniciativas electorales de izquierda. Tal fue el caso de Luis Vega, quien se presentó como candidato a la alcaldía de La Serena en las elecciones municipales de 2008 y 2016, sin alcanzar el cargo. Incluso cabe señalar que esta tendencia no fue exclusiva del MPMR, pues algunos ex rodriguistas del sector autónomo también optaron por la batalla electoral. Un ejemplo de ello es Vasili Carrillo, quien se presentó como candidato a alcalde por Lota en 2004, fue electo concejal en esa misma comuna para el período 2012-2016 y más tarde participó como candidato a la Convención Constitucional en 2021, por el pacto Apruebo Dignidad.

Si bien el año 2006 significó el distanciamiento de la matriz, estos ejemplos dan cuenta de un campo rodriguista que, en la práctica, y más allá de los resultados, no se marginó completamente del escenario institucional y cuyas trayectorias muestran que la búsqueda de incidencia política adoptó múltiples formas, articulando aquellas referencias al pasado revolucionario con nuevas apuestas por la representación popular por medio del proceso electoral. En el caso del MPMR, es posible inferir que esta práctica respondió a una tradición de mediana data, a propósito de su apuesta por una readecuación estratégica frente a las transformaciones de la realidad nacional. La apuesta electoral incluso iría más lejos con los intentos de conformar el “Partido Rodriguista”, iniciativa que fue rechazada por el Servicio Electoral (Servel), debido a la prohibición de inscribir partidos que aludan a personas en su nominación. En su lugar, en 2015 surgiría el “Partido Frente Popular”, colectividad que respaldaría la candidatura de Luis Vega en las elecciones municipales de 2016. Su constitución oficial detalla: “Su lema es ‘Con la rebeldía de siempre’. Su símbolo: ‘Sobre un fondo azul una estrella roja con un jinete que sostiene una bandera con la sigla FP y bajo la estrella la palabra Frente Popular, todo de filete blanco’”[29]. Además, la declaración de principios incorporada a dicho documento señala:

Somos patriotas y antiimperialistas, por ende latinoamericanistas, cultivamos la creación o recreación de una identidad chilena en base a los trabajadores y sectores populares por conquistar una patria donde imperen la Soberanía Nacional y la Soberanía Popular. El Partido Frente Popular es uno de los continuadores de las gestas de nuestro pueblo por su libertad, en especial de los trabajadores y sectores populares. Expresadas especialmente en la resistencia del pueblo mapuche; en la gesta de nuestra primera independencia; en la sociedad de la igualdad del siglo dieciocho; en el proceso del movimiento obrero y su concreción en la Central Única de Trabajadores de mil novecientos cincuenta y tres; en el proceso de la Unidad Popular y el gobierno que encabezó el Presidente Salvador Allende y en las movilizaciones de las organizaciones sociales en oposición a los gobiernos de la Concertación, Alianza y la Nueva Mayoría.[30]

En la constitución del Partido Frente Popular, se destaca también un fuerte componente identitario, expresado tanto en elementos iconográficos como discursivos que remiten a ciertos referentes del rodriguismo (como el uso de determinados colores, y la apelación a nociones patrióticas y latinoamericanistas). Incluso se consideró, en algún momento, la posibilidad de nombrar al partido de forma explícitamente vinculada a ese legado. Según recuerda Marco Riquelme:

Puta, sí, participamos en cuánta hueá electoral había (…) esto es muy reciente, y… al principio se le iba a colocar “Partido Rodriguista”, pero por suerte no se pudo. Porque de acuerdo a la ley no se puede colocar el nombre de alguien como partido. Entonces ahí se ideó el Frente Popular, nos legalizamos en la cuarta región. Después un proceso de legalización pa’ estar en tres regiones, que fracasó. No porque no hayamos juntado las firmas sino porque el Servel tomo la determinación que esas firmas no valían, a pesar de estar ante notario, pero porque el notario le coloco con lápiz nomás la fecha y los hueones fueron bastante arbitrarios y ahí uno no puede hacer mucho.[31]

A pesar de los esfuerzos desplegados en el plano electoral, las iniciativas impulsadas por el sector rodriguista no lograron consolidarse como proyectos sostenidos en el tiempo. Vale considerar que la experiencia del Frente Popular reflejó tanto la voluntad de continuar incidiendo desde lo institucional y la movilización social, como también todo tipo de dificultades que enfrentaron estos intentos, particularmente, además, en un contexto de alta fragmentación de la izquierda extraparlamentaria en el país. Sin embargo, frente a la propuesta constitucional presentada por la Convención Constituyente, respuesta institucional a la revuelta popular iniciada el 18 de octubre de 2019, el MPMR se automarginó del proceso, sin adherir a las campañas por el Apruebo en el plebiscito de 2022. Estas trayectorias constituyen ejemplos de una estrategia más amplia de readecuación política y de persistencia en la tensa búsqueda de espacios de representación, manteniendo una identidad forjada en la lucha revolucionaria, aunque reinterpretada a través de nuevos marcos de acción.

De este modo, más que un mero tránsito hacia la vía institucional, esta experiencia da cuenta de un proceso complejo de resignificación política, en donde diversas vertientes del rodriguismo han buscado proyectar su legado histórico en un escenario local y global incluso, profundamente transformado. En esa línea, resulta central analizar estas apuestas y sus propias tensiones y potencialidades, desde una memoria militante en permanente diálogo con el presente y la historia política y social del país.

Conclusiones.

Este artículo ha examinado el rol del Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez (MPMR), desde su nacimiento en 1991 y durante las décadas de 1990 y 2000, destacando su lugar como una vertiente del rodriguismo históricamente subvalorada, tanto en el debate político como en la producción historiográfica. Sin embargo, reconocer su experiencia permite observar múltiples estrategias de readecuación política y militante frente a los cambios del contexto nacional y latinoamericano. A pesar de las tensiones internas y contradicciones propias del período, estas trayectorias revelan signos de una elaboración política más madura en relación con los dilemas no resueltos de la década anterior, así como la apertura a nuevas preguntas que enriquecen una historia más compleja del rodriguismo en Chile.

El acercamiento final al plano electoral, desde la construcción de pactos políticos hasta las candidaturas independientes, permite situar al “ser rodriguista” como una identidad en disputa, que no se agotó en la lucha armada ni desapareció con la transición, sino que podría persistir como un campo político-identitario activo. Estas trayectorias no solo dan cuenta de una voluntad de incidencia en escenarios adversos, sino también de un esfuerzo por integrar la memoria revolucionaria a nuevas formas de acción y sentido político, donde se hacen visibles, además, ciertas marcas generacionales de esta militancia. En definitiva, más que un cierre definitivo, lo que se evidencia es una reformulación que mantiene abierta la pregunta por la transformación social, ahora desde otros frentes, sin desprenderse del horizonte histórico que le dio sentido al rodriguismo.

Bibliografía.

Álvarez, Rolando. 2003. Arriba los pobres del mundo. Cultura e identidad política del Partido Comunista de Chile entre democracia y dictadura, 1965-1990. Santiago de Chile: Ed. LOM.

Candau, Joel. Memoria e identidad. 2008. Buenos Aires: Ediciones del Sol

Montanyà, Xavier. 2009. La gran evasión. Historia de la fuga de prisión de los últimos exiliados de Pinochet. España: Pepitas de calabaza; Llaüt.

Pérez, Claudio. 2008. Violencia y política en las publicaciones clandestinas bajo Pinochet: la palabra armada en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Chile, 1983-1987. Revista de Historia Social y de las Mentalidades 12, vol. 2: 71-90.

Romero, Luis Alberto. 1997. Los sectores populares urbanos como sujetos históricos. Última Década 7: 1-23.

Vega, Luis. Memorias de un combatiente. Un horizonte de lucha: del Frente Cero al FPMR. 2024. Santiago de Chile: [s.e.].

Fuentes.

“Se acabó el FPMR”. 1991. Revista Análisis, mayo.

El Frente se hizo movimiento. 1991. Punto Final, junio.

Experiencias y enseñanzas de Carrizal: conversaciones con un combatiente. 1993. El Rodriguista [MPMR], julio-agosto.

El pueblo debe construir con su propia fuerza. 1998. El Rodriguista [MPMR], enero.

A la opinión pública. 1998. El Rodriguista [MPMR], octubre.

El rodriguismo como un nuevo sistema de ideas. 1999. El Rodriguista [MPMR], septiembre-octubre.

Presentación. 2000. Cuadernos Rodriguistas, s/f.

Páginas web.

Servicio Electoral de Chile. Resolución O-212: Extracto escritura de constitución partido político en formación “Partido Frente Popular”. https://www.bcn.cl/leychile/navegar?idNorma=1082449 (consultada el 10 de junio de 2025).

Entrevistas.

Entrevista a Marco Riquelme. Realizada por la autora. 30 de abril de 2025. Santiago de Chile.


[1] Joel Candau, Memoria e identidad (Buenos Aires: Ediciones del Sol, 2008).

[2] Luis Alberto Romero, “Los sectores populares urbanos como sujetos históricos”, Última Década 7 (1997): 1-23.

[3] Rolando Álvarez, Arriba los pobres del mundo. Cultura e identidad política del Partido Comunista de Chile entre democracia y dictadura, 1965-1990 (Santiago de Chile: Ed. LOM, 2003).

[4] Xavier Montanyà, La gran evasión. Historia de la fuga de prisión de los últimos exiliados de Pinochet (España: Pepitas de calabaza; Llaüt, 2009), p. 193.

[5] Ibid., p. 195.

[6] “‘Se acabó el FPMR’”, Revista Análisis, N°383, 20 al 26 de mayo de 1991.

[7] Luis Vega, Memorias de un combatiente. Un horizonte de lucha: del Frente Cero al FPMR, s/e, pp. 214-215.

[8] “El Frente se hizo movimiento”, Punto Final, N°241, lunes 17 de junio de 1991.

[9] Ibid.

[10] Entrevista personal con Marco Riquelme, miércoles 30 de abril de 2025, Santiago de Chile.

[11] Ibid.

[12] Para efectos de este artículo, y con el fin de evitar confusiones, las citas de El Rodriguista irán acompañadas de la sigla “MPMR”.

[13] “Experiencias y enseñanzas de Carrizal: conversaciones con un combatiente”, El Rodriguista [MPMR], N°2, julio-agosto de 1993. El destacado es del original.

[14] Ibid., p. 11. La cursiva me pertenece.

[15] Información triangulada a partir del testimonio de Marco Riquelme en entrevista personal y el relato de Luis Vega, Memorias de un combatiente, Op. Cit., p. 215.

[16] Luis Vega, Memorias de un combatiente…, Op. Cit., p. 215.

[17] Entrevista con Marco Riquelme… Op. Cit.

[18] “El pueblo debe construir con su propia fuerza”, El Rodriguista [MPMR], N°1, Año 1, enero de 1998.

[19] “El rodriguismo como un nuevo sistema de ideas”, El Rodriguista [MPMR], N°10, septiembre-octubre de 1999.

[20] Ibid.

[21] “El pueblo debe construir con su propia fuerza” … Op. Cit. El Movimiento de Izquierda Democrática Allendista (MIDA) fue una coalición conformada a fines de 1991 por diversas organizaciones de izquierda, en la cual el predominio político correspondía principalmente al Partido Comunista (conversación telefónica con Marco Riquelme).

[22] Entrevista con Marco Riquelme… Op. Cit.

[23] Claudio Pérez, “Violencia y política en las publicaciones clandestinas bajo Pinochet: la palabra armada en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Chile, 1983-1987”, Revista de Historia Social y de las Mentalidades 12, vol. 2 (2008): 71-90.

[24] Ello incluso sin considerar la comunidad chilena en el extranjero, ya que en diversos lugares aún se mantienen exrodriguistas, grupos de memoria, familiares y amigos vinculados al rodriguismo hasta la actualidad.

[25] “Presentación”, Cuadernos Rodriguistas, Nº 1, Santiago de Chile, 2000.

[26] Ibid.

[27] “A la opinión pública”, El Rodriguista [MPMR], edición especial, s/n, octubre de 1998, contraportada. El intento de atentado en el aeropuerto La Florida de La Serena tuvo lugar en enero de 1988. “La operación consistió en penetrar al aeropuerto cavar y enterrar explosivos con tuercas, pernos y metralla. Pinochet tenía anunciada una visita a La Serena, se pretendía que una vez regresara a Santiago, cuando fuera despegando el avión, se hicieran explotar las cargas y que derribaran el avión. Por alguna razón, Pinochet no viajó y un tiempo después descubrieron los explosivos, que se habían conseguido con el asalto a un polvorín en Andacollo”. Conversación telefónica con Marco Riquelme.

[28] Luis Vega, Memorias de un combatiente…, Op. Cit., pp. 215-216.

[29] Servicio Electoral de Chile, “Resolución O-212: Extracto escritura de constitución partido político en formación ‘Partido Frente Popular’”, https://www.bcn.cl/leychile/navegar?idNorma=1082449 (consultada el 10 de junio de 2025).

[30] Ibid.

[31] Entrevista con Marco Riquelme… Op. Cit.