Artículos
“El Aguja, directo a la vena”, historia de una publicación comunista. Comunidad de lectores y debates sobre jóvenes en el inicio de la Transición a la Democracia, 1991-1992.
“El Aguja, directo a la vena”, history of a communist post. Community of readers and debates about youths transition into democracy, 1991-1992.
Cristina Moyano
Universidad de Santiago de Chile, Chile
cristina.moyano@usach.cl
https://orcid.org/0000-0002-4517-2688
Antonia Olate Navarro
Universidad de Santiago de Chile, Chile
antonia.navarro@usach.cl
https://orcid.org/0009-0002-5055-985X
Rolando Álvarez Vallejos
Universidad de Santiago de Chile, Chile
rolando.alvarez@usach.cl
https://orcid.org/0000-0003-3481-8153
Recibido el 27 de enero del 2025 Aceptado el 13 de marzo del 2025
Páginas 1-25
Financiamiento: Este artículo se desarrolló bajo el apoyo del proyecto Fondecyt regular N°123024: Militancias y generaciones políticas: Hacia una biografía colectiva de las Juventudes Comunistas de Chile (1990-2020).
Conflictos de interés: Los autores declaran no presentar conflicto de interés.
Resumen: Este artículo analiza una corta pero significativa edición producida por jóvenes comunistas que se publicó en El Siglo entre 1991 y 1992, “El Aguja, directo a la vena”. Este suplemento, dedicado a los jóvenes, surge a inicios del retorno a la democracia, proceso que aperturó una serie de debates sobre los actores sociales, la política y la gobernabilidad. Así mientras los jóvenes se convertían tanto en objeto de estudio como de política pública, la izquierda comunista vivía una profunda crisis político-existencial, producto del fracaso de la salida no pactada de la dictadura y de los socialismos reales, hechos que colocaban en cuestión la vigencia de la colectividad política. Irreverente y disruptiva, esta edición tuvo como objetivo demostrar la continuidad de la existencia de las Juventudes Comunistas, disputando el diagnóstico de la realidad juvenil en los inicios de los años 90. El análisis de este suplemento, desde la intersección de la historia política e intelectual de la edición, nos permitirá comprender tanto los discursos que hizo la “Jota” sobre la juventud, así como los debates, lecturas, constitución de comunidad de lectores, e incluso, las tensiones inter e intra generacionales que se experimentaron al interior del Partido Comunista, que enfrentaba una crisis multicausal.
Palabras clave: jóvenes, comunismo, transición a la democracia, medios de comunicación.
Abstract: This article analyzes a short but significant edition produced by these young communists which was published between 1991 to 1992, “El Aguja, directo a la vena*”. This supplement, dedicated to the youth, emerged at the beginning of democracy’s return, a process that rushed a series of debates about socialist actors, politics and governance. Thus, while young people became both an object of study and of public policy, the communist left was experiencing a profound political-existential crisis, as a result of the failure of the non-negotiated exit from the dictatorship and of real socialisms, events that called into question the validity of the political collectivity. Irreverent and disruptive, this edition aimed to demonstrate the continued existence of the young communists, disrupting the diagnosis of youth reality in the early 1990s. The analysis of this supplement, from the intersection of the political and intellectual history of this edition, will allow us to understand both the speeches that the “Jota” made about youth, as well as the debates, readings, constitution of the community of readers, and even the inter and intra generational tensions that were experienced within the Communist Party, which was facing a multi-causal crisis.
*A Chilean phrase to say “straight to the core”.
Key words: youth, communism, transition into democracy, media.
Un contexto necesario: Los jóvenes como objeto de gubernamentalidad. Ciencia social y política pública en la década del 90.
Durante los años 90, particularmente en los inicios de la Transición a la democracia en Chile, los jóvenes fueron objeto de una gubernamentalidad liberal, caracterizada por estudios y formas estatales de ensamblar lo social, en la que su efectividad se apoyó “en los cambios significativos ocurridos en cantidades importantes de individuos, quienes, tras un paulatino modelamiento, a lo largo del siglo, habían llegado a adquirir características que posibilitaban la lógica neoliberal de gobierno; sin sujetos, que como colectivos, respondían muy funcionalmente a ella”[1].
En el seminario de Formación Cívica y Política de la Juventud y Democratización realizado entre el 13 y 15 de diciembre de 1990, el entonces ministro Secretario General de Gobierno, expresaba que la preocupación por los jóvenes estaba vinculada a la construcción estable de la nueva democracia. Enrique Correa enfatizaba en el prólogo del libro que recogió las ponencias de dicho seminario[2], que “desde una perspectiva generacional, no cabe duda que los jóvenes de ayer vivimos la política como un elemento de autoafirmación de nuestra identidad. En un contexto donde los grandes conflictos nutrían nuestra percepción de la realidad y en una época donde los cambios y transformaciones parecían al alcance de la mano, juventud y actividad política nos resultaban prácticamente equivalentes.”[3] Para distanciarse del presente transicional, indicaba que “Hoy vivimos un mundo distinto. Si hay algo que sintetice mejor los cambios de fin de siglo, es la centralidad que la democracia adquiere. Acudimos a una valoración inédita de las reglas del juego y procedimientos de la democracia liberal. Este proceso se acompaña en nuestro país de la normalización del discurso político y de una disminución creciente de los "macro-conflictos” lo que ha facilitado el tratamiento consensual de los problemas”[4]. En este nuevo escenario se requería, por tanto, de sujetos que valorizaran lo alcanzado, a los que había que “educar cívicamente… para generar las condiciones para su ciudadanía plena, mejorando las oportunidades para su desarrollo e integración social”[5].
Si el acceso al empleo y a la educación fueron los dos vectores centrales de las políticas públicas para permitir la integración de los jóvenes, se reconocía el importante rol que también debían jugar los partidos políticos, al asumir “el desafío de pasar de una militancia concentrada en sí misma hacia una con mayor sintonía en la sociedad”[6]. Lo anterior, porque según el exministro, “Hoy en día, dada la complejidad creciente de los sistemas sociales se demandan cuadros técnico-políticos capaces de elevar la eficiencia del accionar público como del nuevo accionar social”[7].
Esta prefiguración de los jóvenes se alimentó de una serie de estudios sociales, que circularon en un espacio que estaba en pleno proceso de reconfiguración y en el que “la representación de la realidad que encontramos en los medios masivos de comunicación, que moldea nuestra experiencia cotidiana, ya no calza bien con las grandes configuraciones conceptuales” [8]. La sociedad de la información y de la globalización interconectada, dotaba el sentido a repensar cómo “las configuraciones que asumen las prácticas y las comunicaciones parecen escaparse de los marcos institucionales convencionales, y, por su parte, los sistemas sociales- económicos, políticos, legales, etc.- parecen mezclarse cada vez más”[9].
De allí que estudiar a los jóvenes haya sido no sólo un objeto de preocupación de las ciencias sociales, sino que también de la política, espacios donde ciencia y gubernamentalidad, se entremezclan y contaminan. La nueva democracia requería “re” conocer a los jóvenes, politizar su ciudadanía en una clave distinta a la de la década de los 60, a la par que necesitaba mayor participación electoral, legitimidad del consenso democrático, integración social y menor conflictividad.
El acople entre lo indicado como un deseo por el exministro Correa, tenía plena conexión con lo que se estudiaba en la primera década de la transición, donde uno de los ejes claves de los estudios sobre juventud estuvo en reconocer al joven dañado, es decir, aquel que potencialmente podía ser excluido del sistema, adoptando formas anómicas que podían dañar el pacto de gobernabilidad consensual, basado en integración vía empleo y educación[10]. Así comenzaron a aparecer numerosos estudios para ‘comprender’ al joven empobrecido, sus formas de acción y sociabilidad, los estilos de consumo y la violencia juvenil. Los trabajos más relevantes sobre estos actores construyeron representaciones que estuvieron marcados por la dualidad integración-exclusión, que sumó además la contraposición de la experiencia democrática con la de la dictadura. Asimismo, durante los 90 se comenzó a visualizar a los jóvenes como un grupo etario que construía sus propias lógicas, definidas en parte por el retorno a la democracia, la caída de los socialismos reales y el proceso de globalización. En palabras de María Emilia Tijoux: “Es este el contexto global —de desintegración de las identidades colectivas— en el que se está formando la joven «generación de los 90». De este modo, con respecto a la situación existente antes del golpe militar de 1973, nos encontramos ante una juventud que se enfrenta a un entorno histórico radicalmente distinto, que bloquea sus posibilidades de desarrollo, en lo individual tanto como en lo colectivo”[11].
Así apareció con fuerza la representación del “joven individualista”, aquel que se desacopla de lo colectivo, y que culmina con una construcción donde el problema de ser pobre conllevaba además “exclusión, fragmentación y marginalidad”[12], todas características que daban cuenta de los límites del modelo transicional y su capacidad de integración. Según Goicovic: “Los sujetos juveniles en este periodo van a ser negados en su condición de actores y van a ser construidos en el imaginario social como desmotivados, apáticos y no interesados en la política, a la par que comprendidos fundamentalmente desde lógicas del control social y la peligrosidad”[13].
Para Oscar Dávila, esta mirada trajo consigo la instalación de prácticas en la que los jóvenes eran meros receptores de política social, “dejando abandonado la terminología de participante (en su sentido pleno) y asumiendo la de beneficiario, con todas las consecuencias discursivas y prácticas que conlleva”[14]. Estas representaciones cruzaron también los dispositivos gubernamentales producidos por los estudios del Instituto Nacional de la Juventud (INJUV), que a través de sus encuestas (1994, 1997 y 2000), intentaron dar cuenta de las dificultades, preferencias y adhesiones de los jóvenes en el ámbito de la política, cultura, religión, entre otros elementos, demostrando la necesidad de conocer al sujeto para después actuar sobre él. En ese sentido, la juventud que emergía de estos estudios no sólo resultaba compleja de comprender, sino que peligrosa por su desafección a esas reglas tan preciadas de la democracia, que los jóvenes del ayer – como el ex ministro Correa-, habían ayudado a establecer. De lo anterior, se desprende la preocupación que existió por la relación entre jóvenes y política. Salazar y Pinto, por ejemplo, fueron muy incidentes en fortalecer esa idea del desafecto, afirmando que existieron tres retrocesos que forzaron a los jóvenes de los 80 y 90 a encerrarse en sí mismos y buscar vinculaciones más en lo local que lo conocido como propiamente político, adentrándose en un aspecto que caracterizaría a la generación de los noventa: el silencio[15] .
Jóvenes en silencio y nihilistas fueron parte sustantiva del debate que predominó en los estudios sobre la juventud de los años 90, y alimentó su supuesta anomia, presente en la recurrente frase “los jóvenes no están ni ahí”. La segunda Encuesta Nacional de Juventud[16], fue enfática en distinguir a los jóvenes de antaño con los de los 90, afirmando que “Lejos de la experiencia de politización de los 80, los jóvenes actuales visualizan la política en términos prácticos, más asociada con las posibilidades de logros individuales que con ideales o identificaciones colectivas”[17]. Asimismo, en un resultado comparativo entre las encuestas de 1994 y 1997, el informe del INJUV instituyó que: “La visión que los jóvenes tienen de sí mismos y su posición social responde en gran medida a las condiciones de una sociedad donde el mercado ocupa una posición preeminente; por ello aparecen más individualistas y competitivos que los jóvenes de generaciones anteriores. Por esto mismo aparecen alejados de la política, porque en ellos, más que la concepción de derechos, opera la idea que su inserción social depende de sus recursos y capacidades individuales”[18].
Estas reflexiones producidas por saberes sociales promovieron producciones sobre lo social-juvenil que le restaban protagonismo a cualquier forma de acción de los jóvenes de los 90, limitaron el atractivo de los partidos políticos y su capacidad de politización, a la par que se edificó la representación del individualismo-consumista como principal forma de habitar en la sociedad. Sin embargo, junto a estas discursividades hegemónicas, también existieron estudios que pusieron en suspenso ese conjunto de representaciones. Así, varios autores, frente a la afirmación de que los jóvenes son apolíticos, responsabilizaban directamente a la forma en que se construyó la transición a la democracia, período en que se promovió intencionadamente la pérdida de interés por los asuntos públicos[19].
En todo caso, estas perspectivas críticas sobre los efectos de las encuestas y de los estudios en la gubernamentalidad social, no contradijeron la tesis de la sustancial transformación de la relación de los jóvenes con la política. Para Valenzuela, por ejemplo, esta nueva relación se explicaría por el cambio o pérdida de sentido en lo propiamente político: “cuando se habla de despolitización o apatía juvenil respecto de la política, como fenómeno reciente y alarmante, en realidad ello tiene que ver con el hecho de que los jóvenes se dan cuenta de que la pregunta por el sentido no está en la política, como lo estuvo probablemente en el pasado”[20]. Garretón, por su parte, resaltaba que se trataba de un cambio en el paradigma clásico juvenil -que venía de los años 60-, en el que el joven era un agente protagónico de transformación de la sociedad desde la política. Así, el autor afirmaba que en los 90 lo que debía leerse eran más bien diferentes ejes que en su conjunto ayudaban a conceptualizar a la juventud, lo cual difuminaba la importancia de la política, así como la propia identidad de este segmento [21].
En este sentido, parecía evidente que los jóvenes de los 90 tomaban distancia de la política[22] (en un sentido tradicional), lo que hacía urgente indagar sobre los espacios y formas de sociabilidad, entendida como “la construcción de relaciones, redes, vínculos de amistad, entre individuos pertenecientes a un mismo grupo u organización”[23], que desplegaba este sujeto, así como también preguntarse sobre las reconfiguraciones identitarias en este segmento[24], sus prácticas de consumo, sus dinámicas de sociabilidad[25] y la emergencia de nuevas temáticas convocantes[26] en un mundo globalizado. Así, y según Garretón, las visiones de la juventud en esta década de cambios se presentan de diversas maneras y, por tanto, no existe tan sólo un principio constitutivo de la generación de jóvenes de los 90, por el contrario, para el autor, se trataría de un actor heterogéneo que tendría un puñado de referentes en donde el eje sociopolítico ya no tenía el rol protagónico que había tenido con anterioridad[27].
Mediante este breve recuento, hemos intentado dar cuenta cómo se fueron configurando un conjunto de representaciones sobre los jóvenes que operaron en la base de la gubernamentalidad liberal transicional. Los actores políticos se enfrentaron al desafío de dirigirse a esos jóvenes heterogéneos, nuevos consumidores y claves para el futuro de la democracia de baja intensidad. En ese contexto, los comunistas vivieron un triple desafío: cómo ser atractivos, cómo articular las referencias históricas con los nuevos temas y cómo hacerlo en pleno proceso de crisis de su proyecto de transformación social.
Las Juventudes Comunistas de Chile en los inicios de la transición: Tiempos de crisis
Los primeros años de los 90 no fueron fáciles para los comunistas. Tanto el Partido Comunista (en adelante PC), como sus juventudes (en adelante JJCC o Jota) se encontraban en un momento enrevesado, ya que se enfrentaban al inicio de una exclusión político-electoral que duró casi los 20 años de los gobiernos concertacionistas y que limitó seriamente su influencia política. Además, había triunfado la salida pactada a la dictadura, desenlace que no había sido la apuesta de esta organización, sobre todo a partir de los años 80’. Durante el periodo dictatorial, los comunistas experimentaron un radicalismo inédito en su trayectoria histórica, abriéndose, entre otras cosas, al componente armado para derrocar a la dictadura[28]. Descartado con el retorno a la democracia, la coyuntura nacional obligó a los comunistas a replantearse sus definiciones políticas.
De otro lado, la situación internacional contribuía sustancialmente a la crisis de PC. La caída del muro de Berlín en 1989 y el derrumbe de la URSS en 1991, daban por terminada una etapa histórica que había sido el bastión orgánico e ideológico de los proyectos socialistas del siglo XX. Así, el desgaste de la experiencia de los “socialismos reales” golpeó a la organización chilena de diversos modos, tanto en términos financieros, identitarios y, fundamentalmente, de proyecto histórico. Pero también se tradujo en críticas abiertas al modelo soviético, que había hegemonizado la forma de proyectar el comunismo en occidente, y el surgimiento de la demanda que exigía la democratización de la vida interna de los partidos comunistas. En resumen, el PC y particularmente la Jota enfrentó a comienzos de 1990 una triple crisis: De línea política (ser o no parte del gobierno de la Concertación); de proyecto histórico (fin del socialismo real) y, por último, de carácter existencial (se justificaba o no la existencia del PC en Chile). La forma de resolver estos dilemas gatilló una de las “peores crisis de su historia”[29].
Sobre esta coyuntura crítica de la historia de las JJCC, se ha planteado que la colectividad la habría sorteado en base a refugiarse en sus tradiciones y componentes identitarios de larga data.[30] Sin descartar totalmente este planteamiento, se ha destacado que la Jota no se quedó solo en lo identitario, sino que también propuso transformaciones graduales de sus contenidos y renovó sus propuestas programáticas[31].
La crisis de la rama juvenil del comunismo tuvo dos momentos históricos distintos, pero que pueden analizarse como partes de una misma coyuntura. En primer lugar, en agosto de 1990, renunció el 40% del Comité Central, incluido el número dos de la organización. Las razones de las renuncias fueron variadas. Desde los que estimaban que el PC debía apoyar al nuevo gobierno democrático a todo evento, hasta los que consideraban inviable su existencia en la nueva era que se iniciaba. Pero todos los disidentes tenían en común la crítica a la supuesta falta de espacios democráticos para debatir dentro de la organización. En una declaración pública firmada por 19 de los renunciados a la dirección de las JJCC, se señalaba “nuestra renuncia al Comité Central…no se debe a diferencia entre proyectos completamente desarrollados. Sino a una cuestión más elementalmente humana, cual es la necesidad de democracia efectiva para poder debatir, crear y reflexionar en nuestra organización…a la necesidad de actuar con criterios de heterodoxia frente a la tarea de impulsar los cambios que necesitamos…”[32] Productos de sus planteamientos críticos a la dirección del partido adulto, la crisis de 1990 de la Jota representó la salida del sector tildado como “reformista” (moderado) por sus adversarios internos en la colectividad. Sus principales protagonistas venían del sector universitario, considerados por la cultura comunista como más proclives a la “desviaciones pequeñoburguesas”, lo que acentuó esta catalogación de haber renunciado a los “ideales revolucionarios”.
Esta crisis tuvo un efecto devastador en la organización juvenil comunista, que vio drásticamente disminuida su militancia activa. Su menguada dirección nacional comenzó el proceso de la reconstrucción partidaria. Así, solo meses después de haberse dado por cerrada la crisis del año 1990, la colectividad se planteó tres ejes principales para su reconstrucción: la defensa identitaria; el reordenamiento de la estructura interna de la organización -con el objetivo de mejorar los vínculos con las bases-; y el reforzamiento del vínculo con las organizaciones del mundo juvenil. Por lo mismo, tras la renuncia de 21 integrantes durante el X pleno del Comité Central realizado en agosto de 1990, la Jota concentró sus esfuerzos en “levantar los cimientos de una nueva política juvenil” que tendría por objetivo interpelar, sobre todo, a la juventud marginada [33]. Así, Iván Salinas, dirigente nacional de la Jota, señalaba que "nosotros creemos que hoy día el desafío en este nuevo período es el de acortar esta brecha entre el mundo juvenil y el movimiento juvenil (...) Hoy día existe un nivel de apatía, un 'no estar ni ahí' respecto del quehacer político. (...) que es esta idea de un cierto anticomunismo que nos pone trabas a los esfuerzos por acortar esta brecha"[34]. La idea, por lo tanto, fue no renunciar a intervenir en el debate sobre el mundo juvenil.
De esta manera, los jóvenes comunistas formularon durante el año 1991 El programa para la Juventud, que planteaba múltiples proposiciones para mejorar la calidad de vida de la juventud, a la par de un diagnóstico de la realidad de este segmento a inicios de los años 90. En el Programa de la Juventud se reivindicaban las proposiciones que se desplegaron en el octavo congreso de la Jota realizado en 1989, a saber: “levantar el movimiento juvenil con una concepción renovada que arranque del mundo juvenil, un movimiento que logre la participación activa y mayoritaria de la juventud en la vida social y política de acuerdo a su peso específico”[35]. Asimismo, se reconocían los profundos cambios provocados por las políticas dictatoriales dentro del mundo juvenil: “Las regularidades o esencia del quehacer y de la vida misma en la juventud han variado, han cambiado, producto de la contrarrevolución ideológica llevada a cabo por el fascismo”[36]. Por este motivo, el principal planteamiento del nuevo programa de la Jota para los jóvenes, reconocía que era necesario repensar la relación entre las organizaciones juveniles y el mundo juvenil, en el sentido de renovar las concepciones para desarrollar el movimiento juvenil.
Así, en el anteproyecto programa de la juventud publicado en El Siglo, los jóvenes comunistas afirmaban que su deber era “abrir los brazos y cabezas a la “anarquía organizada” de lo contestatario del comic y el grafiti, darle a estas expresiones espacios en la nueva propuesta popular, por cuanto representan el rechazo a la ideología neoliberal implantada por el fascismo”[37]. En este sentido, los jóvenes comunistas, tal como fue la definición partidaria de volverse oposición al gobierno de Concertación en 1991, eran muy críticos de la transición y su régimen de continuidad de los enclaves dictatoriales, así como de la cultura de la “enajenación” que se promovía para la juventud[38].
Los temas que se planteaban en este programa y que, desde la perspectiva de los comunistas representaban los intereses y preocupaciones de la juventud de los 90, giraban en torno a la sexualidad y la necesidad de que el sistema público promoviera e impulsara campañas e instancias de educación, además de asegurar anticonceptivos para los jóvenes sexualmente activos; también sobre políticas para la rehabilitación de los jóvenes drogadictos; asumir el aborto como problema de salud pública legislando sobre ello; Ley de Divorcio; necesidad de legislaciones sobre los derechos de los jóvenes; reemplazar el concepto de concubinato por “convivencia estable” para una legislación que tenga alcance en la realidad de las parejas de la época; una agenda sobre legislación en derechos de la mujer; transformaciones en el Servicio Militar Obligatorio; Políticas de acceso a recreación para la juventud popular; legislación en medioambiente; entre otros temas que se vinculan con la visión de los comunistas sobre la realidad de los actores juveniles insertos en el mundo de la educación, del trabajo y del campo.[39]
El Programa de la Juventud, en definitiva, sintetizó la mirada crítica de los jóvenes comunistas sobre el proceso encabezado por el presidente Patricio Aylwin, pues partía del supuesto de la continuidad del legado dictatorial en la nueva etapa democrática. La hipótesis del carácter pendiente de la recuperación de una real democracia en el país, fue la base en torno al cual las JJCC comenzaron a reconstruir su propuesta política hacia la juventud. Por este motivo, su discurso se basó en el rechazo de la lógica gradualista de la Concertación, la que será blanco preferente de sus críticas.
Fue en ese marco, donde un grupo de jóvenes liderados por Edgar Guiñez, encargado de comunicaciones de la Jota, propone la iniciativa editorial de publicar un suplemento dirigido a los jóvenes dentro del periódico partidario El Siglo. Si bien la iniciativa contó con la aprobación del Partido, sus particularidades y características respondieron a las ideas de su creador, que reconoce que tuvo amplia libertad para dar forma a su proyecto editorial[40].
El suplemento “El Aguja, directo a la vena”. De comunidad de lectores, debates políticos, juventudes y cultura comunista.
El Siglo forma parte de una larga tradición de comunicación política del Partido Comunista y parte fundamental de su ecosistema bibliográfico[41]. Fundado en 1940, es posible conectarlo con las viejas prácticas del proyecto civilizatorio que levantó la izquierda durante los siglos XIX y XX, el recabarrenismo y los procesos de regeneración popular[42]. Su reaparición, después de su larga época clandestina, se dio en un contexto de incertidumbres y crisis. Liderado por el periodista Juan Andrés Lagos, mantenía la esperanza de seguir siendo un órgano para intervenir en el debate público e intentar incidir desde el estilo y las prácticas políticas de los comunistas, operando a la vez como un objeto material que fortalecía una identidad histórica. En agosto de 1991, aparece por primera vez, un suplemento dedicado a los jóvenes. Juan Andrés Lagos y Eduardo Contreras, dieron la luz vez verde para que se iniciara el proyecto liderado Edgar Guiñez (“El jefe”) y un equipo de 6 colaboradores voluntarios que, mediante un lenguaje directo e incisivo, buscaba “ensanchar los espacios tan esquivos para el mundo juvenil que tiene tanto que decir, crear y compartir” [43], crítica tanto a las prácticas dentro de la militancia comunista, como a un pacto transicional que los excluía. En su primer número, la editorial define como objetivo “convertirse en una instancia de y para los jóvenes en una aventura que comienza a construirse desde una posición bien concreta, de crítica profunda a una sociedad, a un modelo que nos margina, nos aísla, que nos etiqueta y encasilla.”[44]
Usando un formato que fluctuó entre 4 y 6 carillas, dispuestas originalmente de forma horizontal (para ser doblado y leerlo como apartado), de forma altamente rudimentaria, impreso en blanco y negro y con más voluntad que recursos, se publicaron 21 números entre agosto de 1991 y diciembre de 1992. Compuesto de una portada que llevaba una imagen irreverente, sugerente y que se conectaba con los contenidos del número, finalizaba con una contratapa donde se expresaba, mediante imágenes, canciones, dibujos o composiciones estéticas, una crítica más sustantiva que no se podía enunciar con simples palabras. En su interior existía una editorial que aspiraba a performar el momento de enunciación, darle sentido a la existencia del suplemento y a su contenido que, se componía de una columna de opinión, un artículo literario-político, un reportaje que abordaba una temática contingente, cartas, sección cultura y cada cierto tiempo una entrevista, en un formato muy distinto de otras publicaciones dirigida a los jóvenes como lo fue “Zona de Contacto” que aparecía en El Mercurio en esos mismos años. Así, cada uno de sus componentes articulaban un conjunto diverso de temáticas, aunque con una unidad estética, lingüística y política, que daba cuenta de la arraigada cultura comunista. Su microhistoria es tanto la de un experimento comunicacional de autoconsumo para la militancia, como un esfuerzo de la dirección de la ‘Jota’ para salir del ensimismamiento que provocaba la prolongación del debate interno, demostrando la capacidad de criticar al establishment transicional, disponer de planteamientos propios y operar sobre el orgullo del pasado con el que conectaban su historia. Sin embargo, tal como indicamos, es también la huella de las crisis que experimentaba la Jota en esos años.
“El Aguja, directo a la vena” estaba dedicado a la comunidad de lectores comunistas jóvenes que leían el Siglo y, que fue ofrecido a sus editores, tanto para cumplir su cometido original, como para aumentar las ventas del semanario, caracterizado como parco, aburrido y poco atractivo, incluso para los propios comunistas.[45] Por eso mismo, cuando llegaron al acuerdo de su producción, Edgar recuerda que Lagos les indicó: “Ya, te ofrecemos lo siguiente: te regalamos dos hojas, cuatro páginas, que pueden ir en la parte central de El Siglo, pero nosotros no ponemos periodistas, nada. Te damos la hoja de impresión, pero la edición, los contenidos, tienes que verlos tú. Y por cierto los computadores que había en ese tiempo para hacer la diagramación, puedes ocuparlos, no sé, el domingo en la tarde, porque todo el resto del tiempo estaban ocupados… Ya po’, yo más contento que la cresta, armé un equipo, cabros de la Jota, entre ellos el Mauricio Weibel, que estaba estudiando periodismo en ese tiempo, y todos gratis sacamos “El Aguja, directo a la vena”…”[46].
El acuerdo parecía perfecto. El Siglo llegaría a más comunistas, se tratarían los temas que estaban en el Programa de la Juventud, buscando su repolitización y su acercamiento al partido, a la vez que se re-creaba una comunidad de lectores. Los editores del suplemento, jóvenes comunistas formados en la época de la política de rebelión popular, debían encontrar otros referentes sin renunciar a su historia. “El Aguja” era, por tanto, un intento por imprimir un sello propio en el inicio de la transición, por darle un nuevo sentido a la militancia juvenil y por abordar los temas “nuevos”. Así, “El Aguja, directo a la vena” fue desarrollando una vida propia dentro de El Siglo. Sin conexión directa con sus editores adultos, no había reuniones de pauta, ni de ajuste de contenido. Según el relato de Edgar[47], esa libertad implicó una dosis de confianza a la par que una visión respecto de que los temas juveniles no serían tan polémicos. Sin embargo, sabemos que “un texto no existe sino porque hay un lector para otorgarle significación. Ya se trate del diario o de Proust, el texto no tiene significación sino a través de sus lectores; cambia con ellos; se ordena de acuerdo con códigos de percepción que escapan a él”[48].
Esa comunidad de lectores imaginada, eran comunistas y no comunistas, actores que estaban haciéndose preguntas sobre el futuro. Por ello, en una de las secciones del suplemento, nominada “Cartas”, se establece un espacio de intento de contacto figurado con los lectores. Esta sección fue creada para “tener en este espacio sus cartas con sugerencias, saludos y buenas ondas para saber qué les pareció este primer pinchazo del “AGUJA”. Así nos ayudaría a ser más puntudos y poner la dura donde corresponda”[49]. En el Nº2, esa comunidad de lectores respondió felicitando el suplemento, pero indicando que también había que abordar temas como el consumo de marihuana, de música y se les instaba a seguir “en esta parada, no solo criticando todo lo arcaico y retrógrado sino, también proponiendo”[50]. “El Jefe” agradece ese intercambio, indicando que se “hace lo que se puede y con vuestra ayuda sin duda será mejor para seguir adelante. Seguimos con las pailas bien abiertas para oír lo que venga”[51]. Más tarde se abrían a hablar de aborto, de sexualidad y SIDA, del colonialismo y los 500 años, de la opresión a los pueblos indígenas, de medio ambiente y fin al servicio militar obligatorio, dando cuenta la amplia gama de temas que importaban a las militancias juveniles comunistas, tal como estaba expresado en el Programa de la Juventud.
Así, a lo largo de varios números hubo una interacción figurativa entre la sección cartas y la editorial, que marcaba los ejes del número, entrando en diálogo con esa comunidad de lectores que también expresó sus temores sobre el suplemento. Un ejemplo fue la carta de “Camilo Thomas” cuando planteó en el cuarto número: “Creo conveniente señalar la necesidad de saber utilizar este espacio que les otorga El Siglo, puesto que no por ser el órgano oficial del Partido Comunista, la revista se convierta con el tiempo en el ente canalizador de las cuentas políticas de la Jota, pues sería de utilidad convertir a esta Aguja en el canal de expresión de la juventud chilena”,[52] dejando no solo la huella de las tensiones que vivía la Jota, sino que también, la necesidad de libertad que algunos jóvenes reclamaban como propio de su cultura y experiencia generacional, indicando su molestia cuando el suplemento perdió continuidad en sus números[53].
La comunidad de lectores de “El Aguja” se expandió además fuera de las fronteras. Había lectores en Cuba, México y Canadá, mostrando las huellas del exilio y el componente internacionalista de la cultura política comunista. El dispositivo, por tanto, hizo eco en otros países, donde quedaban militantes comunistas que manifestaban su deseo de conectarse con Chile y, reconocerse en esa historia compleja del destierro y el proyecto de transformación socialista, en pleno proceso de crisis.
Así, en sus inicios, sin tiempos de revisión editorial muy intensa, dada la crisis que experimentaban los órganos partidarios, los jóvenes liderados por Edgar construyeron un espacio en los que se discutieron diversos temas que es posible graficar de la siguiente forma:
Cuadro N°1: Frecuencia de temas en El Aguja 1991-1992[54]
Como es posible observar la sexualidad ocupó un lugar relevante en los temas expuestos en el suplemento. Con lenguaje bastante directo y desenfadado para la época, “El Aguja” abordó problemáticas contingentes desde la cultura comunista. El SIDA, la sexualidad juvenil responsable, el derecho al aborto y la crítica al papel que jugaba la Iglesia Católica en la construcción de una moralidad asfixiante, cruzaron todos los números y fueron parte del léxico político de los jóvenes de la Jota. Así, por ejemplo, en el Nº2, que llevaba una tapa con una imagen de mujer desnuda y la palabra ¡SEXO! destacada, plantearon que “hablar de la sexualidad juvenil, sin prejuicios no es cosa fácil. Incluso tenemos que romper con nuestras propias barreras culturales para en verdad contribuir además desde la óptica de los involucrados... mientras un cuico puede pisarse a una minita en un buen motel… en la pobla hay que conformarse con la cancha oscura, la pieza del amigo paleta que salva y, por último, un poste, piernas firmes y a la paraguaya, estamos al otro lado. Si hasta para hacer el amor nos ordena la vida el mercado ¿No es cómo mucho?”[55].
Esas preocupaciones se entroncaban con la idea de formar un joven comunista para esos tiempos: responsable, crítico y culto, de allí su crítica a las prácticas de consumo que se promovían en esos años: “Pero fuera de la pantalla no queremos ver más Normandies muriendo, ni Ferias del Libro donde cobran entradas, ni quesos cortados en el Instituto de la Juventud. Lo anterior no significa que los jóvenes no deban crear sus propios canales de participación, ese es cuento aparte y no debe olvidarse. Lo que en verdad está claro es que Jim Morrison y la Democracia se llevan muy bien…”[56].
De otra parte, la cultura comunista fue otro de los grandes temas que abordó el suplemento. El desafío era reivindicar las historias de luchas, rebeldías y revoluciones y a la vez disputar las nociones de democracia. El internacionalismo, el ser comunista y correctamente de izquierda, la crítica a la Concertación y al socialismo renovado, la preocupación constante por el fin del socialismo real y la defensa irrenunciable a Cuba, fueron temas ampliamente tratados. El Nº3, único que usó colores rojo y negro, tenía en su portada el título “Combatientes internacionales” y se abordará “del sentido, del significado de una opción de extrema generosidad humana, solo comparable con la magnitud de los objetivos que la determinan: la felicidad de todos los hombres y mujeres del mundo. Es la opción de jóvenes revolucionarios de nuestro país de convertirse en internacionalistas… Esta edición la convertimos en un primer homenaje a tanto joven anónimo cuyo ejemplo nos estremece y nos plantea el desafío de ser mejores, de ser capaces de empinarnos por sobre las limitaciones que nos impone el sistema”[57].
Esos elementos llenaban el ideario y numerosos estratos semánticos donde la consecuencia, el ser de izquierda, el pensamiento crítico, el acceso a un consumo cultural con contenido, la disputa por los nuevos sentidos del respeto a la autoridad y al partido, fueron desplegándose en el suplemento. Por último, la denuncia por no avanzar más en justicia y reparación, así como las críticas a las políticas oficialistas sobre juventud, complementaron ese variopinto conjunto de temáticas, que se abordaban usando un marcado sentido de jerga popular, para conectarse con ese pueblo “imaginado” al que aspiraban llegar, propio de la cultura comunista.
Volviendo a la dimensión material de su publicación, el desacople entre control partidario y el suplemento, que referenciamos como espacio de libertad, no siempre fue armónico. De allí, lo que detectamos como tensiones en la definición del respeto a la autoridad, propio de tensiones intergeneracionales, pero que, cruzadas por una crisis partidaria, se vivió de manera más aguda hacia el año 92. Desde sus inicios hubo dudas con el nombre del suplemento, que no fue bien recepcionado por la cúpula adulta del PC y por algunos jóvenes de la Jota. Ser “aguja” en la jerga popular, era ser franco, pasar por encima de las jerarquías y causar ese pequeño malestar de una sociedad acostumbrada a no decir las cosas de frente[58]. Se trataba de una crítica abierta a las jerarquías y las ortodoxias. De esta forma, en sus números se cuestionó desde la perestroika, con la imagen de Mikhail Gorbachov convirtiéndose en George Bush (acusando el transformismo del proceso de renovación de lo que fue la URSS), hasta a las referencias a la orientación sexual de Jaime Guzmán[59], cuestiones que generaron tensiones importantes entre los jóvenes de “El Aguja” y la dirección adulta del Partido. Este último episodio implicó incluso una sanción de la comisión de ética del Colegio de Periodistas al director de El Siglo, Juan Andrés Lagos. Además, obligó a la intervención de Gladys Marín, quien realizó una citación al comité central para tratar el tema, colocando especial énfasis en que la política tenía que guardar sus formas y “esa no era” la que querían promover[60]. Las huellas de este episodio, generó una oleada de cartas que se publicaron en el suplemento, mostrando los otros límites de la transición chilena. Los jóvenes editores de La Aguja salieron a la palestra indicando que el objetivo de dicha publicación había sido evitar la “canonización de Jaime Guzmán”, porque más allá de “la persona, el intento es legitimar un régimen que apretó el gatillo contra miles de chilenos, que violó sistemáticamente los DD.HH, que torturó, y del cual el beatífico senador fue el principal ideólogo y avaló con su figura al régimen más inmoral que ha conocido la historia de nuestro país. Enfatizaron que “en “El Aguja” nos podremos equivocar en las formas, pero estamos por principio contra la mentira sobre todo cuando esta se institucionaliza.”[61]
El conflicto desatado por esa publicación abrió los fuegos dentro de la comunidad de lectores comunistas, mostrando las grietas dentro de la colectividad en perspectiva generacional y política. ¿Cuáles eran los temas que serían aceptados? ¿hasta dónde se podía ser irreverente? ¿qué límites subjetivos imponía la recuperación democrática? Los jóvenes del suplemento hablaron fuerte y claro: “El Aguja no nació para gustarle a Lavín, Jarpa o a los funcionarios afrancesados de un gobierno traidor que no engrupe a nadie con sus tarjetitas navideñas. El Aguja es del pueblo, de los jóvenes progresistas buena tela. A todos ellos nuestro abrazo fraterno. Y a los otros… que se metan los cinco.”[62]
Sin embargo, algunos militantes adultos insistieron en que el “Suplemento “El Aguja” de la primera quincena de diciembre, en donde la grosería y la obscenidad pasa todos límites, en especial a la colaboración del Dr. Antonio Cavalla …en nada aporta y ayuda a nuestra juventud tan dañada con la dictadura y nos preguntamos ¿qué dirigentes estamos formando si seguimos admitiendo este tipo de cosas? Por lo demás la grosería jamás ha constituido ingenio”.[63] El conflicto se mantuvo durante varios números. Distancia generacional y cuestionamiento a las formas, se desplegaron con nitidez en el suplemento. Se mencionó un aire inquisitorial en un sector del PC que se autoatribuyó valores superiores y criticaron cómo eso estaría afectando las definiciones propias del ser de izquierda, en una época donde esos referentes estaban fuertemente cuestionados. El artículo titulado “Por sobre todo: Destemplados” escrito por Patricio Aguilar – nuevo editor del polémico medio juvenil-, daba cuenta de este conflicto internalizado entre Partido y Juventud, al señalar que “Los compañeros saben que quienes asumimos la responsabilidad política e intelectual de esta publicación somos militantes de las Juventudes Comunistas y por lo mismo, personas a las cuales se puede llegar con absoluta facilidad para expresar las críticas que sean pertinentes dentro de los marcos de respeto que nos debemos. Existen canales regulares …sin que sea necesario hacer tanta alharaca pública”.[64]
La pugna cultural implicaba también la denuncia contra prácticas que marcaban los deslindes del ser de izquierda, a la par de ser joven y tocar los temas que debían importarle a la juventud. La tensión llegó hasta la censura directa cuando el grupo liderado por Guiñez intentó colocar la cara del Ministro Enrique Correa en una foto- montaje sobre un miembro del grupo musical español “Locomía”, que disponía de una estética donde lo femenino y lo masculino se entremezclaban difusamente. Y aunque el dibujo se publicó, este solo llevaba las caras de Jorge Arrate, Ricardo Núñez y Ricardo Lagos, todos representantes conocidos del sector renovado del Partido Socialista, tildados con el calificativo de amarillo, que en la jerga de izquierda significa el haber abandonado los valores de dicho sector. Recuerda Guiñez: “No nos dejaron, no nos dejaron jaja porque además en ese tiempo parece ser que además el partido estaba en muchas conversaciones con el gobierno y buscando, qué sé yo…. Mejorar posiciones en situaciones políticas. Entonces, claro, esto era controvertido y controversial con aquellas cuestiones.”[65]
Así mientras en el N°8 se finalizaba con un artículo sobre la caída de los socialismos reales, en la contratapa del N°9 había se metaforizaba con una campaña de la “Comisión Nacional contra el Amarillismo”. En dicha contraportada se daban consejos, indicando que el amarillismo se contagiaba como “enfermedad” por viajar a Europa, “por apitutamiento en un puestecito de gobierno”, “estando, visitando y recorriendo frecuentemente al Parlamento” o “juntándose con Tironi, Correa, Lagos, Arrate, Núñez y en general con los pescados sin espinas”. Mientras que no da amarillismo si se mantenían en “alto las banderas del socialismo”, “juntándose con Palestro, Vuskovic y los chicos del MIDA”, “Participando activamente en las listas de la izquierda en las elecciones municipales”, “Leyendo el Aguja” y “siendo siempre crítico e irreverente con el sistema”[66]. En el marco de un medio cuyo destino era la militancia juvenil del PC, podía ser leído, literalmente, como una crítica al gradualismo y la política negociadora con la derecha promovida por la Concertación. Pero también podía tener una lectura interna de la colectividad, que de manera subterránea atravesaba sucesivas crisis internas. En la clave de la cultura juvenil comunista, la acusación de ser moderado (“amarillo”), era sinónimo de abandonar el ideal revolucionario de los comunistas. Así, “El Aguja” caminaba por la cornisa, con mensajes que subliminalmente podía cuestionar las orientaciones de las conducciones del PC y la Jota.
Todos estos elementos tratados en “El Aguja” y que daban cuenta de cómo la comunidad de lectores fue atravesada por numerosos conflictos figurados que tensionaban política y cultura juvenil, lo que finalmente conllevó a un cambio en el equipo editorial del suplemento. A partir del número 12 de marzo de 1992, el nuevo “jefe” sería Iván Salinas, de la dirección nacional de la Jota y el editor Luis Patricio Aguilar. Edgar Guiñez fue marginado de sus responsabilidades como dirigente de la colectividad, producto de su papel en la crisis de 1991-92. Junto a otros integrantes de la Comisión Ejecutiva, sostuvo una mirada muy crítica sobre la manera que el PC manejó la crisis desatada por los hechos que involucraron al secretario general de la Juventud. Los disidentes fueron acusados de “promover la autonomía de la Jota respecto de las decisiones del partido” y de sostener diferencias profundas sobre “el significado que tiene la definición de que corresponde a la Jota la implementación de la política del partido en el mundo juvenil”.[67]
Si bien los componentes del suplemento no cambiaron, si se transformó la radicalidad subversiva del lenguaje inicial, más popular, más directa y llena de jergas propias de los jóvenes de la época; las contratapas dejaron de ser tan irreverentes y había más presencia de la Juventud Comunista como orgánica y no solo como cultura política. Por ejemplo, la reaparición de la estética de las Brigadas Ramona Parra y hasta cierta homologación a la tipografía del diario El Siglo, junto con una mayor cantidad de artículos defendiendo el proyecto cubano (que pasaba por una de sus más agudas crisis económicas y sociales), en conjunto con un aumento de la crítica formal a las políticas que emanaban del Instituto Nacional de la Juventud, daban cuenta de que estos cambios estéticos eran también políticos. La dimensión performática de esta escritura repara en lo planteado por Chartier cuando afirma que “inversamente, toda creación inscribe en sus formas y en sus temas una relación con la manera en que, en un momento y sitio dados, se organizan el modo de ejercicio del poder, las configuraciones sociales o la economía de la personalidad. Pensando (y pensándose) como un demiurgo, el escritor crea sin embargo en la dependencia. Dependencia respecto de las reglas- del patronazgo, del mecenazgo, del mercado- que definen su condición. Dependencia aún más fundamental, respecto de las determinaciones no sabidas que habitan la obra y que hacen que ésta sea concebible, comunicable, descifrable.”[68] La microhistoria de la Aguja, en su corto período, permite explorar esos dilemas de la edición y la publicación de la izquierda comunista, en un ciclo de agotamiento del proyecto histórico que sustentó gran parte de su ecosistema bibliográfico.
A modo de epílogo: la segunda parte de la crisis, el fin de El Aguja y las huellas históricas.
La segunda fase de la crisis de la Jota se desarrolló justamente en los años 1991 y 1992, mismo período en que se publicó “El Aguja”, y fue gatillada por la acusación de corrupción contra Manuel Guzmán, secretario general de las JJCC desde 1989. La crisis se instaló en la Comisión Ejecutiva de la Jota y desde ahí bajó hasta la base partidaria. En efecto, conocidos los hechos que validaban la acusación, la dirección del PC propuso no removerlo de su cargo sino hasta el IX Congreso de la colectividad, que se debía realizar en dos años más. Esto no fue compartido por la mayoría de la Comisión Ejecutiva de la Jota.[69] Luego la dirección del PC aceptó la necesidad de remover a Guzmán, pero surgieron discrepancias sobre el momento y el nombre de su reemplazante. La crisis escaló y se extendió por gran parte del año 1992. Los disidentes fueron acusados de querer quebrar la relación entre la rama juvenil y el partido adulto El conflicto terminó con la remoción de integrantes del Comité Central y del Comité Regional Metropolitano de las JJCC.
Edgar Guiñez, impulsor de “El Aguja” en su primera etapa, pertenecia al sector de los disidentes, alojados fundamentalmente en el regional metropolitano, que aprovecharon el conflicto Jota-Partido para plantear sus diferencias con la postura política del partido, desde posiciones más izquierdistas. “El Aguja” fue performador de la misma y objeto material de disputa dentro del órgano partidario. Mal que mal, se publicaba en El Siglo y era una voz dedicada a los jóvenes, actor en plena disputa por esos años.
En todo caso, a pesar del diagnóstico pesimista en cuanto al distanciamiento de la Jota y el mundo juvenil a inicios de la década de 1990, en medio de las crisis, los jóvenes comunistas lograron una tímida, pero significativa presencia en el movimiento estudiantil universitario, que también vivía su propio proceso de crisis y reconstrucción. Al respecto, se ha señalado que “el crecimiento de la influencia de las JJCC en la universidad, y en general de toda la izquierda radical, se debió (…) a que desde 1992 estaban acompañando e intentando dirigir un malestar estudiantil en alza, ante lo que rápidamente fue entendido por las franjas organizadas como la mercantilización del sistema de educación superior público.”[70] Los buenos resultados en 1991 en las elecciones de federación en las universidades de Chile y de Santiago, en donde militantes comunistas resultaron electos para integrar las mesas de la federación, eran definidos como “extraordinariamente positivos”, dado el contexto en el cual se desarrollaron[71].
Así, en los primeros años de la transición democrática chilena, en un contexto donde se estaba construyendo la representación del joven que ya hemos revisado, los comunistas aspiraron a hablar y a politizar a los jóvenes, interpelando a la juventud como sujeto de cambio. Es en ese contexto que El Aguja se presentó como herramienta de repolitización de los jóvenes, al mismo tiempo que buscó hacer más atractiva a las JJCC, en un periodo en que predominaba el discurso del decaimiento de las militancias políticas y se declaraba la caducidad histórica de las ideas de cambio social. “El Aguja” fue expresión de una de las modalidades con que la Jota intentó superar las crisis que experimentó entre los años 1990 y 1992. La forma de salir de éstas fue disputar el debate y las representaciones juveniles, cuestión que estaba en boga en la arena pública de la época.
En un momento de derrota política (hubo transición y no derrocamiento de la dictadura), histórica (fin del socialismo real) y existencial (el debate era si debía existir o no un Partido Comunista en Chile), “El Aguja” representó un intento de rescatar el pasado, de cuestionar el presente y de intentar proyectar un futuro distinto. El discurso confrontacional y crítico contra el establishment transicional, contrario al consenso gradualista de los integrantes del sistema político de la época, debió esperar largas décadas para que cobrara sentido en sectores de la población. “El Aguja” y sus contenidos simbolizaron la opción que se jugó el comunismo chileno en ese momento crucial de la historia de Chile: Por un lado, rechazar la “política de los acuerdos” entre la Concertación, la derecha, las fuerzas armadas y el gran empresariado, a riesgo de quedar al margen de los focos político de la época. Por otro lado, intentar superar la lógica meramente testimonial, promoviendo propuestas, rescatando una historia y proyectar un futuro distinto. Sus logros fueron muy acotados, el PC y la Jota tendrían que recorrer aun una larga travesía por el desierto para recuperar parte de su otrora importante influencia política y social.
Bibliografía.
Aguilera, Oscar. 2009. Los estudios sobre juventud en Chile: coordenadas para un estado del arte. Última Década (diciembre 2009): 109-127.
Aguilera, Oscar y Víctor Muñoz. 2015. Preguntas por la juventud, preguntas por la política. Acción colectiva, movimientos sociales y militancia en los estudios de juventud. Chile 1967-2013. En Juventudes, ed. Cottet, Pablo, 69-103.Santiago, Ril editores.
Álvarez, Rolando. 2011. Arriba los pobres del mundo. Identidad y cultura política del Partido Comunista de Chile entre democracia y dictadura (1965-1990). Santiago: Lom Ediciones.
Álvarez, Rolando. 2024. Años decisivos. Las Juventudes Comunistas de Chile en dictadura (1980-1991). Valparaíso: Editorial América en Movimiento.
Chartier, Roger. 2017. El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII. Barcelona: Gedisa editorial.
Dávila León, Oscar. 1995. Juventud popular: Transitando por el trapecio ¿Con red o sin ella? Última Década, (1995): 22-34.
Garretón, Manuel Antonio. 1999. Política y jóvenes en Chile: Una reformulación, Friedrich-Ebert-Stiftung,
Grez, Sergio. 1998. De la regeneración del pueblo a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890). Chile: DIBAM.
Muñoz Tamayo, Víctor. 2002. Movimiento social y juvenil y eje cultural: Dos contextos de reconstrucción organizativa (1976-1982 / 1989-2002)”. Última Década (septiembre): 41-64.
Navarro López, Jorge. 2023. Por la emancipación obrera. Clase, política, arte y entretenimiento en la cultura socialista-comunista en Chile, 1912-1927. Santiago: Editorial Crítica.
Pairicán, Fernando. 2016. La gran crisis: Las Juventudes Comunistas de Chile defendiendo su identidad en tiempos de transición y renovación democrática, 1989-1992. Izquierdas (octubre): 124-160.
Parker, Cristian y Pablo Salvat, comps. 1991. Formación cívico-política de la juventud. Desafío para la democracia. Santiago: Producciones del Ornitorrinco.
Pinto, Julio. 2014. Luis Emilio Recabarren. Una biografía histórica. Santiago, Lom ediciones.
Ponce, José Ignacio; Pérez, Aníbal y Nicolás Acevedo. 2017. Transiciones: perspectivas historiográficas sobre la postdictadura chilena (1988-2018). Valparaíso: América en Movimiento.
Ramos, Claudio. 2012. El ensamblaje de ciencia social y sociedad. Conocimiento científico, gobierno de las conductas y producción de lo social. Santiago: Ediciones Alberto Hurtado.
Riquelme, Alfredo. 2009. Un rojo atardecer. El Partido Comunista de Chile entre dictadura y democracia. Chile: DIBAM.
Rojas Núñez, Luis. 2011. De la rebelión popular a la sublevación imaginada. Antecedentes de la historia política y militar del Partido Comunista y del FPMR, 1973-1990. Santiago: Lom Ediciones.
Salazar, Gabriel y Julio Pinto. 2002. Historia contemporánea de Chile. Tomo V: Niñez y juventud. Santiago: LOM Ediciones.
Tarcus, Horacio. 2023. Edición y Revolución en Argentina. Buenos Aires: Editorial Tren en Movimiento.
Thielemann, Luis. 2014. Hijos de Recabarren, Hijos de la transición. Sobre la JJCC y la anomalía estudiantil de los 90. En Un trébol de cuatro hojas. Las juventudes Comunistas de Chile en el siglo XX, edits. Álvarez, Rolando y Manuel Loyola, 218-248. Santiago: Ariadna ediciones.
Tijoux, María Emilia. 1995. Jóvenes pobres en Chile. Nadando en la modernidad y la exclusión. Última Década, (1995): 1-9
Zarzuri Cortés, Raúl. 2000.. Notas para una aproximación teórica a nuevas culturas juveniles: las tribus urbanas. Última Década (diciembre): 81-96.
Fuentes
Documento de Instituto Nacional de la Juventud: Cuadernillo temático N°3: La participación social y política de los jóvenes (1999); Los jóvenes de los 90: el rostro de los nuevos ciudadanos (1999).
Documentos partidarios (mecanografiados).
El Aguja, directo a la vena. 1991-1992.
El Siglo. 1991-1992.
Entrevistas a Edgar Guiñez.
[1] Claudio Ramos, El ensamblaje de ciencia social y sociedad. Conocimiento científico, gobierno de las conductas y producción de lo social. (Santiago: Ediciones Alberto Hurtado, 2012) 313.
[2] Cristian Parker y Pablo Salvat, comps., Formación cívico-política de la juventud. Desafío para la democracia (Santiago: Producciones del Ornitorrinco, 1992).
[3] Enrique Correa, “Prólogo”, en Formación cívico-política de la juventud. Desafío para la democracia, comps. Cristian Parker y Pablo Salvat (Santiago: Producciones del Ornitorrinco, 1992), 9.
[4] Ibid., p.10
[5] Ibid.
[6] Ibid., p.11
[7] Ibid.
[8] Claudio Ramos, El ensamblaje de ciencia social y sociedad. Conocimiento científico, gobierno de las conductas y producción de lo social. (Santiago: Ediciones Alberto Hurtado, 2012):316.
[9] Ibid.
[10] Oscar Aguilera, “Los estudios sobre juventud en Chile: coordenadas para un estado del arte”, Última Década (diciembre 2009).
[11] María Emilia Tijoux, “Jóvenes pobres en Chile. Nadando en la modernidad y la exclusión” Última Década (1995):4.
[12] Nicolás Acevedo y Luciano Sáez, “Juventud bajo sospecha. Gestión gubernamental de la juventud popular en los inicios de la transición democrática chilena (1990-2000)” en Transiciones: perspectivas historiográficas sobre la postdictadura chilena (1988-2018), José Ignacio Ponce, Aníbal Pérez y Nicolás Acevedo (Valparaíso, América en Movimiento: 2017):147.
[13] Igor Goicovic “Del control social a la política social. La conflictiva relación entre los jóvenes populares y el Estado en la historia de Chile” en Oscar Aguilera y Víctor Muñoz “Preguntas por la juventud, preguntas por la política. Acción colectiva, movimientos sociales y militancia en los estudios de juventud. Chile 1967-2013” En Juventudes, ed. Cottet, Pablo (Santiago, Ril editores, 2015): 89.
[14] Oscar Dávila, “Juventud popular: Transitando por el trapecio ¿Con red o sin ella?” Última Década (1995):22
[15] Gabriel Salazar y Julio Pinto. Historia contemporánea de Chile. Tomo V: Niñez y juventud. (Santiago: LOM Ediciones, 2002): 235.
[16] Que se realizó a 3446 jóvenes de entre 15 y 29 años.
[17] Instituto Nacional de la Juventud. Cuadernillo temático N°3: La participación social y política de los jóvenes (1999): 4.
[18] Instituto Nacional de la Juventud. Los jóvenes de los 90: el rostro de los nuevos ciudadanos. (1999):124.
[19] Ibid.
[20] Eduardo Valenzuela, “¿“Movimiento juvenil” en la transición?” en Formación cívico-política de la juventud. Desafío para la democracia, comps. Cristian Parker y Pablo Salvat (Santiago: Producciones del Ornitorrinco, 1992): 130.
[21] Manuel Antonio Garretón. Política y jóvenes en Chile: una reformulación (Friederich-Ebert-Stiftung, 1999)
[22] Para ver las estadísticas revisar Instituto Nacional de la Juventud. Cuadernillo temático N°3: La participación social y política de los jóvenes (1999)
[23] Raúl Zarzuri Cortés. “Notas para una aproximación teórica a nuevas culturas juveniles: las tribus urbanas”, Última Década (diciembre 2000): 83.
[24] Víctor Muñoz Tamayo, “Movimiento social y juvenil y eje cultural: Dos contextos de reconstrucción organizativa (1976-1982 / 1989-2002)” (septiembre, 2002): 56.
[25] Salazar y Pinto, Historia Contemporánea de Chile, 263.
[26] Pablo Salvat, “Nota sobre la formación política de los jóvenes: Desafíos y esperanzas” en Formación cívico-política de la juventud. Desafío para la democracia, comps. Cristian Parker y Pablo Salvat (Santiago: Producciones del Ornitorrinco, 1992): 159.
[27] Manuel Antonio Garretón, Política y jóvenes en Chile, 1999.
[28] Al respecto revisar Luis Rojas Núñez, De la rebelión popular a la sublevación imaginada. Antecedentes de la historia política y militar del Partido Comunista y del FPMR, 1973-1990 (Santiago: Lom Ediciones, 2011).
[29] Sobre la crisis del comunismo de Alfredo Riquelme, Un rojo atardecer. El Partido Comunista de Chile entre dictadura y democracia, (Chile: DIBAM, 2009). Una mirada distinta a esta en Rolando Álvarez, Arriba los pobres del mundo. Identidad y cultura política del Partido Comunista de Chile entre democracia y dictadura (1965-1990) (Santiago: Lom Ediciones, 2011).
[30] Fernando Pairicán, “La gran crisis: Las Juventudes Comunistas de Chile defendiendo su identidad en tiempos de transición y renovación democrática, 1989-1992”, Izquierdas (octubre 2016).
[31] Rolando Álvarez, Años decisivos. Las Juventudes Comunistas de Chile en dictadura (1980-1991) (Valparaíso: Editorial América en Movimiento, 2024): 295.
[32] “Declaración Pública, editada por las Juventudes Comunistas de la UTE”, Mecanografiada, 1990, 1.
[33] Álvarez, Años decisivos, 283.
[34] Iván Salinas, “Las Juventudes Comunistas frente a la educación Política Juvenil” en Formación cívico-política de la juventud. Desafío para la democracia, comps. Cristian Parker y Pablo Salvat (Chile: Producciones del Ornitorrinco, 1992):123
[35] El Siglo, N°7775, “Anteproyecto Programa de la Juventud”, 8 al 14 de septiembre de 1991, separata 2.
[36] Ibid. separata 1.
[37] Ibid. separata 1.
[38] Ibid.
[39] Ibid.
[40] Edgar Guiñez, en conversación con los autores, enero 15, 2025.
[41] Horacio Tarcus “Las ediciones argentinas de cultura marxista: tres ciclos históricos (1893-1976)” en Edición y Revolución en Argentina. (Buenos Aires: Editorial Tren en Movimiento, 2023).
[42] Al respecto revisar Sergio Grez, De la regeneración del pueblo a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890) (Chile: DIBAM, 1998); Julio Pinto, Luis Emilio Recabarren. Una biografía histórica. (Santiago, Lom ediciones, 2014); Jorge Navarro López, Por la emancipación obrera. Clase, política, arte y entretenimiento en la cultura socialista-comunista en Chile, 1912-1927 (Santiago: Editorial Crítica, 2023).
[43] El Aguja, directo a la vena, N°1, “Editorial”, primera quincena de septiembre de 1991,1.
[44] Ibid.
[45] Edgar Guiñez, en conversación con los autores, enero 15, 2025.
[46] Edgar Guiñez, en conversación con el autor, junio de 2021.
[47] Edgar Guiñez, en conversación con los autores, enero de 2025.
[48] Roger Chartier, El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII. (Barcelona: Gedisa editorial, 2017) 24.
[49] El Aguja, directo a la vena, Nº1, “Cartas”, primera quincena septiembre de 1991, 2.
[50] El Aguja, directo a la vena, Nº2, “Cartas”, segunda quincena septiembre de 1991, 2
[51] El Aguja, directo a la vena, Nº2, “Editorial”, segunda quincena septiembre de 1991, 2.
[52] El Aguja, directo a la vena, Nº4, “Cartas”, segunda quincena de octubre de 1991. 2.
[53] El Aguja, directo a la vena, Nº5, “Cartas”, primera quincena de noviembre de 1991. 2.
[54] Elaboración propia en base al análisis estadístico del suplemento.
[55] El Aguja, directo a la vena, Nº2, “Editorial” segunda quincena de septiembre de 1991, 2.
[56] El Aguja, directo a la vena, Nº 1, “Apaguen el televisor”, primera quincena de septiembre de 1991,7 (El énfasis es nuestro).
[57] El Aguja, directo a la vena, Nº 3, “Editorial”, primera quincena de octubre de 1991, 2.
[58] Edgar Guiñez, en conversación con los autores, enero de 2025.
[59] El Aguja, directo a la vena, Nº 7, “La Beata”, primera quincena de diciembre de 1991, 7.
[60] Edgar Guiñez, en conversación con el autor, junio de 2021.
[61] El Aguja, directo a la vena, Nº 8, “Editorial”, segunda quincena de diciembre de 1991, 2.
[62] El Aguja, directo a la vena, Nº 8, “Editorial” segunda quincena de diciembre de 1991, 2.
[63] El Siglo, N°7795, “Correo”, del 7 de enero al 1 de febrero de 1992, 4.
[64] El Aguja, directo a la vena, Nº 9, “Por sobre todo Destemplados” segunda quincena de enero de 1992, 7.
[65] Edgar Guiñez, en conversación con los autores, enero de 2025.
[66] El Aguja, directo a la vena, Nº 9, “Amarillismo: usted tiene que saberlo”, segunda quincena diciembre de 1991, contratapa.
[67] “Informe al XXIV Pleno del Comité Central de las Juventudes Comunistas de Chile” mecanografiado, 23 y 24 de mayo de 1992, 10.
[68] Chartier, El orden de los libros, 21.
[69] “Informe al XIII Pleno del Comité Central, 1 y 2 de febrero de 1992”, mecanografiado, 5.
[70] Luis Thielemann, “Hijos de Recabarren, Hijos de la transición. Sobre la JJCC y la anomalía estudiantil de los 90.” En Un trébol de cuatro hojas. Las juventudes Comunistas de Chile en el siglo XX, edits. Rolando Álvarez y Manuel Loyola (Santiago: Ariadna ediciones, 2014):229.
[71] El Siglo, N°7781, “Mario Matus, nuevo jotoso en la FECH: Doblamos la votación del año pasado”, del 3 al 9 de noviembre de 1991, 8.